Un joven viaja a un pueblo costero cerca de Hope Gap para pasar un fin de semana junto a sus padres. Una vez allí, su padre le confiesa su intención de marcharse de casa cuanto antes y poner fin a sus 29 años de matrimonio. Después de esta noticia, cada miembro de la familia tendrá que buscar la manera de recomponerse y tratar de salir adelante.
La propia naturaleza de las cosas puede poner al límite las experiencias del ser humano. Por ejemplo, el extraño magnetismo que ejercen los acantilados. Hay quienes disfrutan de estas hermosas vistas a pie del cortado, desde la seguridad y la admiración. Para otras personas, el interés radica en llegar a lo más alto, generando esa sensación de bienestar por el esfuerzo de tener controlado y hasta casi dominado el paisaje bajo los pies. Pero también existe la posibilidad de que alguien quede atrapado en ese extraño magnetismo que ejerce la atracción al vacío, sin ser capaz de controlar su propia voluntad. Tres influencias distintas para perspectivas singulares sobre qué punto de vista adoptamos a lo largo de la vida.
Hope Gap no es un lugar, es una brecha en la esperanza de que todo va a continuar igual. Esa falsa seguridad que ofrece la rutina, vista desde su base, desde lo más alto o incluso llegando a dudar de si se podrá remontar el vuelo en otra dirección para no desplomarse en el abismo.
William Nicholson posee una incuestionable trayectoria como guionista (‘Los miserables’, ‘Gladiator’, ‘Tierras de penumbra’), más prolífica que en su faceta como director (‘A la luz del fuego’). Tal vez por ello haya asumido ambas competencias del drama de los personajes creados para ‘Regreso a Hope Gap’, y así controlar sus distancias, sus ópticas y sobre todo sus zonas de confort. Tres estereotipos familiares al borde del precipicio.
Arropado por un misticismo poético a lo Yeats y cubierto del lirismo fúnebre de Henry King, la teatralidad de su argumento recuerda a un Woody Allen serio. Una Annette Bening (‘Las estrellas de cine no mueren en Liverpool’, ‘Mujeres del siglo XX’, ‘American Beauty’), poderosa y dominante sobre un hastiado y reprimido Bill Nighy (‘La librería’, ‘‘El exótico Hotel Marigold’, ‘Love Actually’). Entremedias, un hijo Josh O’Connor (‘Emma.’, ‘Tierra de Dios.’), en el escenario de un fuego cruzado y avivado por falta de comunicación de una pareja que se cruza sin un destino común. Aportan tres geniales interpretaciones dramáticas, no exentas de ironías, desde tres posiciones diferentes con respecto a esas “peleillas” que terminan haciendo mella.
Al igual que los trenes de este ficticio lugar (en realidad Hope Gap son los preciosos acantilados del condado británico de Sussex), nos encontramos en plena crisis de un matrimonio en vía muerta, con síndrome de nido vacío y en ese “efecto hipnótico de pedir piedad”, donde todo es sin contacto (“contacless” como las tarjetas de pago).
‘Regreso a Hope Gap’ es el epílogo de una madura visión sobre viajes. Trenes que vienen y van, que llegan con retraso y que no se sabe muy bien si suben o bajan, en mitad del qué más da. Tan rutinario como la vida misma, tan trágico como el “Kyrie” de Mozart.
Lo mejor: la textura de la madurez interpretativa de los dos protagonistas, esas pequeñas muecas, la naturalidad y la frescura de los diálogos.
Lo peor: la resolución final, si es que la hay, para un drama tan habitual como doloroso.