Alemania, poco después de la Segunda Guerra Mundial. En un correccional a orillas del río Elba, el joven Siggi Jepsen tiene que escribir una redacción sobre el tema «Las alegrías del deber». No sabe por dónde empezar, su cuaderno permanece en blanco. Al día siguiente, tiene que completar la tarea castigado en una celda y es entonces cuando comienza a escribir obsesivamente los recuerdos de su infancia.
El folio en blanco, el lienzo blanco y la pantalla en blanco. Tres medios naturales en los que plasmar la creatividad, el ánimo, la vida o la angustia. Tres formas disciplinadas para abordar el arte mediante la literatura, la pintura y el cine. La pasión por conjugar las palabras de una manera exacta provocan en el lector el interés por aquello que se está leyendo. De igual modo que un cuadro despierta emociones varias en el alma de quien lo contempla. O el parpadeo incesante de una película en la disposición del espectador.
‘La lección de alemán’ es un magnífico ejemplo que sabe aglutinar y combinar estos tres procesos. Y Christian Schwochow (‘Paula’, ‘Al otro lado del muro’), como responsable de la película, logra despertar un gran interés por sus personajes encerrados en una jaula con aspecto de marisma en la que el deber transforma todo en naturaleza muerta. Su madre y guionista, Heide Schwochow, traslada con gran acierto ese angustioso tormento basado en aquella excelente novela de Siegfried Lenz. Hace más de medio siglo desde la publicación del libro original sobre los efectos asfixiantes de la posguerra alemana. Y el resultado, para la gran pantalla, no puede ser más perturbador, desasosegante y reflexivo.
La desnudez obligada ante un pupitre en la esquina de una celda es suficiente motivo de arranque como para reflexionar sobre “las alegrías del deber”, ese sacrificio escrito con el que expiar el dolor infligido. Un daño que queda latente como el cerco de un cuadro en la pared tras un tiempo colgado.
‘La lección de alemán’ cuenta con unas interpretaciones apabullantes gracias a las cuales vamos desgranando la personalidad de sus personajes. Un comisario con un estricto y desmesurado sentido del deber. Un hijo como prolongación suya para hacer seguimiento sobre actividades prohibidas como pintar “cuadros enfermizos”. El pintor y antiguo amigo que se niega a retener la creatividad y la pasión por la pintura. Y cómo afecta el sufrimiento, la desobediencia, o el exceso de celo de un sentimiento cincelado silenciosamente en el corazón. Ulrich Noethen (‘El hundimiento’), Tobias Moretti (‘Hermanos del viento’), Levi Eisenblätter (‘Mute’), Johanna Wokalek (‘La mujer papa’), Sonja Richter (‘Misericordia: Los casos del departamento Q’), Maria Dragus (‘Las hijas del Reich’), Louis Hofmann (‘El bailarín’), y Tom Gronau (‘Raus’), comparten el protagonismo a modo coral de un drama oscuro, repleto de penumbras y tristeza.
En este sentido, la fotografía de Frank Lamm y el diseño de producción a cargo de Tim Pannen (quienes ya coincidieron en ‘Paula’, ‘Al otro lado del muro’), están en perfecta sincronía con este ambiente repleto de bodegones y naturalezas muertas (cadáveres de pequeños animales, gaviotas amenazantes…) que rayan lo enfermizo, muy por encima de lo pictórico. La partitura de Lorenz Dangel (‘El viaje de Nisha’, ‘Al otro lado del muro’), permite acompañar a las imágenes con un estricto sentido de la estética sin necesidad de ser abrumadora.
‘La lección de alemán’ se debe a la fuerza de su precedente literario, qué duda cabe. Aquello de “cumplir con el deber aunque los tiempos cambien” o en su defecto desertar de una autoridad mal entendida. Pero también recuerda mucho a otro título predecesor con similares conexiones como fue ‘La sombra del pasado’ de Florian Henckel von Donnersmarck, obras que hablan por sí solas. Amar con los cuadros o denostar con el deber, dos visiones para dos opciones en una Alemania destrozada.
Lo mejor: la reflexión elevada a la enésima potencia que se tiene que desprender sobre el sentido del deber.
Lo peor: tal vez su duración, pero merece la pena.