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‘14 días, 12 noches’, el peso del pasado

La adolescente hija adoptiva de Isabelle muere en un trágico accidente. Un año después, y aún conmocionada por la experiencia, Isabelle regresa al orfanato vietnamita con la esperanza de volver a conectarse emocionalmente con su hija Clara a través de su tierra natal. Inmersa y abrumada, Isabelle inesperadamente se encuentra con la madre biológica de su hija, y ambas buscan el cierre para seguir adelante.

Vida y muerte, las dos caras de una única moneda. La alegría y la tragedia van juntas de la mano en el sendero de los días. Desde que se crea la vida de cualquier ser, pasando por la experiencia de llenarla, hasta el final de la memoria. El ciclo de la consciencia. Y también de la identidad, esa información que se lleva inscrita en la solemnidad de los genes, grabada con letras doradas por antepasados, y reescrito con fuego para la descendencia.

La vida puede entenderse como una transmisión del conocimiento. Para salir adelante, para afrontar los problemas, para cubrir las necesidades, para ser feliz. Pero también puede contagiar dudas, tensiones, malas experiencias e incluso pesadillas en la misma familia, sea biológica o adoptiva. Hablamos en concreto del ser humano.

La guionista Marie Vien (‘La pasión de Agustine’), y el director quebequés Jean-Philippe Duval (‘Chasse-Galerie’, ‘Dédé, à travers les brumes’), han dado con un relato sencillo, doloroso e intimista, pero a la par eficaz, apaciguador y reconciliador. Bien construido, tremendamente interpretativo, y muy visual. Dotan a las imágenes, a sus escenas y a las miradas de la capacidad de transcribir diálogos completos. Todo ello en entornos rurales, de gran belleza paisajística y naturalidad espiritual frente al bullicio y el caos de la capital de Hanoi, en Vietnam.

A través de las miradas de las excelentes interpretaciones de Anne Dorval (‘Matthias & Maxime’,’Reparar a los vivos’), y de Leanna Chea (‘Sun’), de sus silencios, las lágrimas, y del drama latente, revivimos la historia de una difícil separación, la feliz adopción, y la triste pérdida que se revive una y otra vez en ambas madres, en busca de la redención.

El duelo y el vacío interior por la ausencia de la hija, dan paso a la amistad, al conocimiento, y al descubrimiento de una cultura que todavía no perdona los errores del cruel pasado. “Mataron a nuestros padres y robaron a nuestros hijos” por parte de los bárbaros a mediados del siglo pasado.

‘14 días, 12 noches’ llega mucho más lejos que un precioso paseo turístico, con guía privada local. Habla de la soledad de los padres, del dolor por la falta de vida en nuestros seres más queridos. Para ello salta constantemente en el tiempo y termina mostrando una historia inconclusa, pendiente de reescribir con otra caligrafía.

Rodeada de cierto halo de misterio, se enmarca en parajes extraordinarios, con cierto espíritu salvaje, indómito y hasta urbano frente a la belleza de la naturaleza humana en todo su esplendor. Y su banda sonora, una composición de Bertrand Chénier, desgrana paisajes emocionales repletos de suspicacia y duelo. Una buena manera de evadirse en sus interpretaciones hacia un mundo interior de vida, dolor y reconciliación.

Lo mejor: su sencillez, la manera de narrar la historia y sus dos actrices protagonistas.

Lo peor: la carencia de un mensaje perfilado y definido, pues no lo necesita a la hora de transmitir sus sentimientos.

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