Rómulo es un detective privado. Cuando una clienta le encarga investigar la residencia de ancianos donde vive su madre, Rómulo decide entrenar a Sergio (83 años), que jamás ha trabajado como detective, para vivir una temporada como agente encubierto en el hogar. Ya infiltrado, con serias dificultades para asumir su rol de “topo” y ocultar su adorable y cariñosa personalidad, se acaba convirtiendo, más que en un espía, en un aliado de sus entrañables compañeras.
Agente topo es como un disfraz de Mortadelo, ataviado con vestimentas de comedia. Con gafas de pasta y cristales de culo de vaso. Un extraordinario agente secreto con licencia para indagar, vestido de faralaes deambulando por tierras universales cual Quijote caricaturizado en la efervescencia de la tercera edad.
Un anuncio por palabras en la prensa local chilena en el que se busca adulto jubilado entre 80 y 90 años con buena salud y conocedor de las tecnologías para llevar a cabo una investigación. Ah, y con disponibilidad para vivir fuera de casa durante tres meses. Tal cual.
El anuncio de la oferta de empleo puede servir para contratar al sagaz investigador en cuestión o al personaje sobre el que trata la película. Tanto el detective que inicia este proceso de búsqueda, Rómulo Aitken, como el candidato a indagar en las condiciones humanas de la residencia en cuestión, Sergio Chamy, son totalmente reales, no actores.
Y lo que comienza con la apariencia de una curiosa ficción que pasa a documental, o un “docuficción” híbrido por capricho de la percepción, transforma su aparente tono de comedia para describir un modo de vida. El de la tercera edad, mayores alejados de la realidad cotidiana.
Maite Alberdi (‘El salvavidas’, ‘Los niños’, y su fascinación por los mayores como demuestra en ‘La Once’ y en el corto ‘Yo no soy de aquí’), experimentada documentalista, tiene una preciosa e interesante historia que se le escapa de las manos. Se da cuenta y la aferra con fuerza para que no se pierda detalle alguno de la nueva concepción y dimensiones que está adquiriendo.
Sus protagonistas no actúan, tan solo son ellos mismos. Son espontáneos, improvisan, o sencillamente no son conscientes de que están ahí, en la pantalla. Por ello este gran derroche de naturalidad.
El espectador tan pronto se ríe de la falta de conocimiento sobre las nuevas tecnologías del abuelo, como sucumbe al remordimiento y a la congoja por cohabitar con todos ellos en las rutinas de vida de esa perenne soledad residencial.
La realidad supera a la ficción. Como la insólita historia de la señora fallecida en el geriátrico a causa de la COVID y enterrada, que diez días después aparecía con vida ante la sorprendida familia. Solo que aquí, la moraleja reside en dar un toque de atención a aquellos despreocupados parientes que aparcan a sus mayores en asilos y no pueden sacar tiempo para darles algo de felicidad con su mera presencia.
‘El agente topo’ termina por ser una película de ángeles inocentes. Que moran en ese limbo indeterminado de la tierna infancia y la ancianidad. Son como niños simpáticos e ilusos deshojando la margarita, repletos de buenas intenciones y con mucho espíritu. Algo que, por desgracia, deberíamos tener mucho más presente, sobre todo quienes ni siquiera piensan que puedan llegar a tales edades y en esas condiciones.
Una brillante historia repleta de humanidad y destellos de felicidad, de quien se erige en actual rey del mambo chileno de la tercera edad, su protagonista, ese abuelito, Sergio Chamy, que todos los jóvenes quieren para sí.
Lo mejor: la naturalidad, la impulsividad y la improvisación, el saber dar a tiempo el golpe de timón a una narración que manda por sí sola.
Lo peor: que se pueda vender erróneamente como comedia, peli a lo James Bond longevo, o incluso evoque a aquella lejana ‘Top Secret’, cuando ni le hace falta tal publicidad ni viene al caso.