Nueva York, 1971. Tras sus celebrados días como uno de los fotoperiodistas más venerados de la Segunda Guerra Mundial, W. Eugene Smith se siente desconectado de la sociedad y de su carrera. La revista Life lo envía a la ciudad costera japonesa de Minamata, cuya población ha sido devastada por el envenenamiento por mercurio, resultado de décadas de negligencia industrial. Allí, Smith se sumerge en la comunidad y recupera la ilusión por su profesión y con su cámara capta las imágenes que darán la vuelta al mundo.
Además de estar al corriente de la actualidad de su época, de los antecedentes y de las posibles consecuencias del momento en que vive, el reportero gráfico ha de ser capaz de condensar una historia en una sola imagen.
William Eugene Smith fue un reconocido fotógrafo mundial cuya reputación se basó en su perfeccionismo y en su caprichosa personalidad a la hora de editar sus trabajos. Durante cuatro décadas cubrió desde la Segunda Guerra Mundial hasta el reportaje de Minamata sobre el masivo envenenamiento a cargo de la fábrica química Chisso. Ególatra minucioso, y herido en varias ocasiones en cuerpo y alma, su pasión por capturar esos instantes insólitos deambula entre el alcohol y las drogas para soportar la vida en sí, cuando creía haberlo contado todo.
La biografía que propone ‘El fotógrafo de Minamata’ se basa en estos últimos años. Andrew Levitas (‘Lullaby’), es un artista neoyorquino contemporáneo que en esta segunda película continúa explorando el drama humano, en este caso visto y traducido desde la perspectiva del fotógrafo norteamericano. Está escrita por el propio director junto a David Kessler, Jason Forman y Stephen Deuters, quienes junto a Johnny Depp producen la cinta con muy buen acierto. De todo el ingente material biográfico, se ciñen afortunadamente a este último trabajo de campo. Y saben crear pinceladas fabulosas que permiten el acercamiento al perfil psicológico del reportero en un momento muy concreto y tardío de su vida.
Además, la dificultad del director aquí consiste en recrear y dar verosimilitud a una obra visual que cuenta con medio siglo desde que se plasmó. No es solo cuestión de ambientación, sino que además ha de ser fiel a la imagen original de la que se sirve de referencia.
Johnny Depp (‘Eduardo Manostijeras’, ‘Sweeney Todd’, la saga de ‘Piratas del Caribe’), parece muy alejado de papeles histriónicos a los que ya nos había acostumbrado, para ceñirse y meterse en la piel de un fotógrafo caprichoso en el ocaso de su prolífica vida. Un registro muy diferente para representar a “el fotógrafo más imposible que hemos tenido en Life”, según le describe en la ficción -y posiblemente en la realidad- el responsable de la revista que encarna Bill Nighy (también ‘Piratas del Caribe’, ‘Emma.’, ‘Regreso a Hope Gap’). Su peor pesadilla y su última baza.
‘El fotógrafo de Minamata’ recuerda en cierto sentido a la reciente ‘Aguas oscuras’ de Todd Haynes en cuanto a su activismo ecológico se refiere. Denuncia los desastres conscientes con los que la humanidad se flagela por culpa de la industrialización acelerada en busca de su propio beneficio y a la vez beneplácito. Posee una hermosa banda sonora a cargo de Ryuichi Sakamoto (‘Feliz Navidad, Mr. Lawrence’, ‘El último emperador’, ‘Tacones lejanos’). Y contiene un realismo que impregna a sus imágenes, ese negativo en blanco y negro, basado en prótesis y maquillaje excepcionales.
Lecciones de fotografía que roban un pedazo del fotógrafo. Poesía en imágenes duras de un triste episodio, de tantos otros, por reparar.
Lo mejor: el alegato en defensa del medio ambiente y la denuncia de cuantos lo dañan de manera irreparable sin atender a los demás.
Lo peor: que la pasión por la fotografía y por el reporterismo gráfico va mucho más allá del “encuadrar, enfocar y clic”, como si le faltara describir el alma de una difícil y poco valorada profesión.
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