Dos mujeres, Janis y Ana, coinciden en la habitación de un hospital donde van a dar a luz. Las dos son solteras y quedaron embarazadas accidentalmente. Janis, de mediana edad, no se arrepiente y en las horas previas al parto está pletórica; la otra, Ana, es una adolescente y está asustada, arrepentida y traumatizada. Janis intenta animarla mientras pasean como sonámbulas por el pasillo del hospital. Las pocas palabras que cruzan en esas horas crearán un vínculo muy estrecho entre las dos, que el azar se encargará de desarrollar y complicar de un modo tan rotundo que cambiará las vidas de ambas.
23 largometrajes y unos cuantos cortos en su haber desde que iniciara su carrera cinematográfica en la década de los 70. Oscars, Goyas, y premios varios avalan una dilatada experiencia. Las manos del director machego por excelencia (y no es que lo diga yo, es lo que hay), han moldeado grandes intérpretes nacionales que han sabido abrir sus horizontes más allá de nuestras fronteras. Él, en cambio, a pesar de su reconocimiento internacional, continúa rodando historias de aquí. Aquí en su país, y con su genuina y particular firma que le caracteriza.
Para ello, Pedro Almodóvar recurre una vez más a Penélope Cruz, para que le preste la personalidad de una mujer decidida a afrontar la maternidad en solitario. Pero como en un juego de magia, el misterio y el suspense más comunes de una vida cualquiera entran en escena. La joven Milena Smit, representa a la otra madre cuyo camino converge en el hospital como compañera de habitación. Dos madres opuestas, distintas, divergentes que enlazan para siempre su destino. Dos pulsos interpretativos sólidos y contundentes, como variados y diferentes.
Además destaca una potente Aitana Sánchez-Gijón (quien debuta por vez primera en el amplio elenco del director y guionista). Rossy de Palma solvente tras cinco años del último encuentro en una producción almodovariana. Se agradece la breve y simpática aparición de Julieta Serrano (imprescindible en la filmografía del autor), y el habitual cameo del productor y hermano Agustín Almodóvar. En el reparto masculino, aunque no tan bien parado en un universo femenino -como reza la camiseta que luce Penélope con la leyenda “should all be feminists” (deberíamos ser todos feministas)-, Israel Elejalde interpreta a un arqueólogo forense que prescinde de su paternidad.
Habituales del maestro son también las partituras de Alberto Iglesias, y la fotografía de José Luis Alcaine, que contribuyen a impregnar ese peculiar y característico estilo Almodóvar.
Las tramas paralelas, la de dos madres que afrontan de distinto modo la maternidad y la de la memoria histórica de familiares desaparecidos al final de la guerra, son suficientemente fuertes de por sí como para desarrollarlas en películas separadas. Aquí, tal vez se diluya la segunda opción, engullida por la primera, hasta parecer un tanto traída por los pelos, cuando su mayor pretensión pueda ser la de mantener ese legado para que las generaciones venideras sean capaces de afrontar de dónde venimos. Algo que parece para las personas de más edad, pero ignoto para las más jóvenes.
‘Madres paralelas’ duele como las contracciones. Es muy teatral y tan manchega como el queso, tan auténtica como la pata de jamón en la cocina o como saber preparar una tortilla de patatas, sin entrar en descalificativos por sin o con cebolla.
Lo mejor: la naturalidad con que describe los personajes a modo de bodegones humanos y sus confesiones, y esa teatralidad en cine tan propia del director.
Lo peor: ese cruce de ideas entre madres contrapuestas y la defensa de la memoria que no termina de cuajar por la densidad de cada tema.