C. (39) es diseñadora de sonido. Disfruta con su trabajo. Pasa muchas horas sola, grabando efectos sala, wild-tracks, editando, mezclando. El estudio es su último refugio: un lugar donde postergar las averiadas relaciones que mantiene con su expareja, con su anciana madre y con sus compañeros de trabajo. Aunque ella aún no lo sabe, C. está comenzando a desincronizarse. Como si fuera una película mal sonorizada, su cerebro ha comenzado a procesar el sonido más tarde que las imágenes. De repente está curada, pero ya no es la misma. Su odisea sensorial la ha hecho madurar. Ahora dispone de una segunda oportunidad. Está en sus manos no dejarla escapar.
Para quienes les gusta pasear por terrenos arenosos mientras abstraen los pensamientos a merced de su propia imaginación, es más que probable que en ese frenesí ficticio hayan jugado a poner historia a las huellas marcadas en el terreno. Sobre todo en lugares concurridos, como las playas, donde cada crecida de la marea propone tantas versiones como pisadas se puedan encontrar. Dependerá de nuestro estado anímico para dar rienda suelta a una romántica escapada, a una truculenta persecución o incluso, por qué no, a un crimen sin resolver. Todo tiene cabida.
En esa misma estela de los sentidos divagando y elucubrando, pero cambiando el visual por el auditivo, también es probable que hayamos podido pensar en alguna ocasión sobre la posibilidad de que lo que hablamos pueda permanecer grabado en el tiempo para siempre en ese mismo lugar. Una especie de paradoja espacio-temporal por descubrir en esa nueva dimensión científica que todavía no llegamos a comprender con nuestro intelecto.
Por eso, cabe calificar de muy interesante la presente propuesta cinematográfica de Juanjo Giménez (‘Esquivar y pegar’, ‘No hacemos falta (Tilt)’), por varios motivos. El tema que trata, una creadora de sonidos afectada por la asincronía entre lo que sucede y el retardo del sonido que se produce en su cabeza. Nos acerca el lenguaje sonoro del cine a la butaca del espectador a modo de una especie de metacine. Otro sería la estética que emplea para hacer creíble el desfase sensorial. Y además destaca la impecable interpretación de su protagonista en un mundo de sonidos muy singular.
Es como una palmada con ambas manos y no percibir el aplauso hasta tiempo después.
Marta Nieto (‘Madre’, ‘Litus’), hace un formidable ejercicio interpretativo al ponerse en la piel de una operadora que empieza a notar cómo el estrés del trabajo y la dejadez hacia las personas más cercanas, van dejando sus secuelas sensoriales. Quienes posean algún problema auditivo encontrarán matices en su actuación precisos y cuanto menos cercanos. Un mapa de sonidos donde la distorsión, los retardos cada vez son más frecuentes y distantes desde que se produce el hecho hasta que provoca su ruido. ¿A qué velocidad viaja el sonido en el cerebro…?
‘Tres’ es un desajuste en ese sentido, con una explicación extrasensorial, con un halo de misterio y en buena medida sobrenatural. Un muy interesante ejercicio cinematográfico que va más allá de entre lo que se ve y se escucha. Y sobre todo que también habla de cine y sensibilidades para ver lo que oímos.
Lo mejor: el ambiente, la credibilidad, el curioso juego entre la causa y el efecto, la magia que desprende su protagonista.
Lo peor: que pueda aparentar un mero esbozo, una contorsión tan imposible que no nos permita ni deje reflexionar su cautivador argumento.