Thriller psicológico acerca de una joven que siente pasión por el diseño de moda y tiene la misteriosa capacidad de volver a los años sesenta, donde conoce a su ídolo, una deslumbrante aspirante a cantante. Pero el Londres de los sesenta no es lo que aparenta y el tiempo parece desmoronarse con unas nefastas consecuencias.
Una de esas experiencias que nunca se olvidan en la vida es cuando te trasladas para continuar los estudios en una ciudad extraña por primera vez. Dejar atrás el instituto, las amistades, la familia y la seguridad del hogar, para ir abriéndote paso a una supuesta independencia que exprime los sentidos hasta lograr adecuarte y madurar definitivamente. Una mirada de tristeza tras el cristal de un nuevo techo donde comienza otra etapa imprescindible. Como un salto voluntario al vacío sin saber qué va a encontrarse cada cual. Una experiencia definitiva, aunque bastante lejana a la que se propone con este nuevo título en cartelera.
Edgar Wright proviene del boom de los noventa de las series televisivas, de los videoclips musicales, y de las películas de acción con toques de comedia alternativa resultado de sus anteriores experiencias. ‘Arma fatal’, ‘Scott Pilgrim contra el mundo’ o ‘Baby Driver’, son claros ejemplos sobre lo que este hombre orquesta que escribe, produce y dirige es capaz de lograr.
Tal vez sea este su trabajo más elaborado en cuanto a trama argumental. Derrocha arte y fascinación para trasladar al espectador de la actualidad al mundo marginal británico de mediados de los sesenta, en la nocturnidad del barrio londinense del Soho. Una milla cuadrada en la que se aglutinaban bares, locales de variedades, prostitución y algo de drogas regadas con mucho alcohol.
Una joven huérfana decide aprovechar su don e introducirse en el mundo del diseño apoyada por su abuela, para trasladarse a la gran capital, y estudiar en la Universidad de Moda de la UAL londinense de nuestros días. Mientras se adapta al enorme cambio que supone dejar atrás la vida en el campo por el ajetreo urbanita, comienza a tener extraordinarias e inspiradoras experiencias de la mano de otra joven anclada más medio siglo atrás.
Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy protagonizan las diferentes caras de una misma moneda en la que el argumento se refleja en el semblante de cada una de ellas a modo de espejo. Dos princesas solitarias encerradas en un cuento gótico imposible. Un papel compartido a modo de alter ego, difuminado entre juegos de sueños, encantamientos, espíritus y fantasmas del pasado que acechan al presente. Dos interpretaciones tremendamente solventes y a la par deslumbrantes.
Michael Ajao, Matt Smith y Terence Stamp destacan entre un extenso plantel actoral, y contribuyen a engullirte hacia el interior de esta maraña narrativa en la que “Londres puede ser abrumadora”.
Wright encandila con sus luces de neón, sus propuestas visuales, su suspense y con su intriga. Da la sensación de estar contemplando una arriesgada ‘Psicosis’ del maestro Hitchcock en versión siglo 21. Y además hasta lo consigue. Deconstruye el género y se lo lleva a sus dominios, en lo visual, en lo sonoro y en la historia que propone. Un espectáculo que bien merece la pena.
Lo mejor: el concepto, la sincronización, y la manera de organizar y enrevesar una trama de la mano de sus dos jóvenes protagonistas.
Lo peor: que no se aprecie lo suficiente el esfuerzo titánico por describir los ambientes actuales y lejanos para hacerlos fluir bajo un mismo hilo de la historia.
Postdata: Esta película contiene varias secuencias de luces intermitentes que pueden afectar a los espectadores susceptibles a la epilepsia fotosensible u otras fotosensibilidades (Nota de la distribuidora).