Cuenta la historia de Alana Kane y Gary Valentine, de cómo crecen juntos, salen y acaban enamorándose en el Valle de San Fernando en 1973.
Tal vez por la circunstancias actuales, más que nunca, estemos necesitados de grandes guiones y personajes de esos que conmueven nuestros espíritus hacia épicas aventuras personales que a la vez sean capaces de reconfortarnos.
E igual, por estos mismos motivos, tras dos años de pandemia seguimos evadiéndonos delante de la gran pantalla con unos personajes carentes de distancias sociales, vacunas y mascarillas (salvo que interpreten personal sanitario en plena faena quirúrgica), que nos hacen olvidar cuanto vivimos de puertas para afuera de las salas de cine.
La última y también aclamada película de Paul Thomas Anderson, tiene un poco de esto y un poco de todo lo contrario. Una mezcla entre dulce como una golosina y lo salado de una pizza, aderezado con mucha música en forma de vinilos de hace ya más de medio siglo.
‘Licorice Pizza’ está ambientada con maestría en unos americanos años 70, aparentemente tan lejanos de la tan glorificada década posterior y reiterada con tanta insistencia. Al más puro estilo que homenajeaba George Lucas en su ‘American Graffiti’, pero en esos otros años locos y en el sur de California.
En una época en la que el peine y el espejo eran materia troncal para el anuario del instituto, una joven pareja deshoja la margarita de un amor un tanto discrepante. En su debut como actriz, Alana Haim (la cantante del grupo que lleva su apellido y que en varias ocasiones ha dirigido Paul Thomas Anderson en sus vídeos musicales), pone todo lo que está al alcance de su mano para obtener la soltura del papel de una joven decidida a conseguir sus objetivos.
A su lado Cooper Hoffman (hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman, también en su primera actuación), un joven decidido a lograr sus todas sus aspiraciones cuando proclama con 15 años “he conocido a la chica con la que me casaré”. Ambos están anclados en un curioso e increíble universo de posibilidades empresariales como solo parece que la economía americana de esos años puede soportar.
El amor es una montaña rusa (y no va con segundas), de emociones y sentimientos capaces de llevar a cualquiera a la deriva a lomos de camas de agua, en ferias de adolescentes y en pinballs o salones de máquinas recreativas.
Además de familiares y conocidos del director y guionista, como las hermanas de la protagonista, también destacan las intervenciones de Sean Penn, Tom Waits y Bradley Cooper. La descripción de unos locos años 70 en la vida de unos jóvenes incombustibles al desaliento.
Al igual que en la mayor parte de su filmografía (‘Los pozos de la ambición’, ‘El hilo invisible’, ‘The Master’), Paul Thomas Anderson parece más interesado en reconstruir detalles de diferentes vidas americanas que en contar sus historias de inicio a fin. Es calculador y preciso en su trabajo, sabiendo extraer la máxima esencia del entorno y, por supuesto, de sus peculiares personajes. Incluso merecería la pena que los secundarios tuvieran su propia película por esos pintorescos trazos con los que están retratados. Además, culmina con una estética a mitad de camino entre el costumbrismo de Linklater y el ‘Érase una vez en… Hollywood’ de Tarantino.
‘Licorice Pizza’ es un trabajo minucioso, delicado y lo suficientemente transgresor, que está presentado con una naturalidad espléndida. Una verdadera delicia para dejarse llevar a la deriva del océano de sus fotogramas.
Lo mejor: su estética, su textura.
Lo peor: que no termine de enganchar a todo el público ante tanta expectativa generada, pues es un producto muy de seguidores incondicionales del autor.