Son los años 70 y Gru crece en un barrio residencial, en pleno boom de los peinados cardados y los pantalones de campana. Como fan incondicional de un famoso supergrupo de villanos, ‘Los salvajes 6’, Gru idea un plan para demostrarles que es lo suficientemente malvado como para trabajar con ellos. Por suerte, cuenta con la ayuda de sus fieles seguidores, los Minions, siempre dispuestos a sembrar el caos por donde pasan. Juntos, Kevin, Stuart, Bob, y Otto -un nuevo Minion con aparato en los dientes y desesperado por sentirse aceptado- desplegarán su potencial para construir junto a Gru su primera guarida, experimentar con sus primeras armas y llevar a cabo sus primeras misiones. Secuela de «Los Minions».
Una vez perdida la frescura de las entregas iniciales de nuestro villano favorito, sus secuaces, esos adorables y chalados Minions se han convertido, por derecho propio, en los auténticos protagonistas de la ya longeva saga.
Tras el pequeño patinazo que supuso la primera entrega en solitario de los Minions, la segunda, centrada en ilustrar el origen de Gru y su camino hacia la villanía, es toda una celebración de la comedia física.
Stuart, Kevin y Bob siguen siendo los reyes del Slapstick moderno, que se crecen con cada nuevo gag manteniendo a flote una película que no se toma en serio a sí misma, ni falta que le hace.
Aquí venimos a reírnos, a hartarnos de las chaladuras de los Minions y a disfrutar de un viaje estival puramente palomitero.
El argumento y la coherencia (incluso dentro de la propia Saga) están de más, en favor de la experiencia lúdica de un hilarante despliegue humorístico teñido de amarillo.
En ese terreno,‘Minions: el origen de Gru’ cumple con creces, desplegando set pieces de cuidada animación, siempre acompañados de una frenética banda sonora y la hiperbólica exageración de los clichés setenteros, al servicio y para el lucimiento de los Minions y su mini Jefe.
Abrazado el desmadre, es difícil no impregnarse de la juerga, el entusiasmo y la energía que desprende la película, siempre enchufada al noble (y difícil) arte de lograr que el espectador se revuelva en su asiento entre carcajadas.
Salir del Cine con una sonrisa en los labios y gritando ¡mini jefeeee!… ya vale el precio de la entrada.
Lo mejor: la imparable sucesión de gags.
Lo peor: aunque no le perjudica demasiado, la coherencia brilla por su ausencia.