Quienes hayan visto del desembarco de Normandía en “Salvar al soldado Ryan”, tienen la sensación de haber vivido el Día D en primera persona. Quienes hayan seguido el periplo de William Schofield a través de las líneas enemigas en “1917”, creen haber experimentado por sí mismos el horror de la trinchera y de la lucha cuerpo a cuerpo por la supervivencia.
Sin embargo, esa sensación de inmersión en la batalla no habría sido posible sin la herencia cinematográfica de Serguéi Bondarchuk, actor, guionista y director soviético que marcó un antes y un después en la forma de rodar cine bélico.
El documental “La batalla”, dirigido por Ilya Belov, analiza su figura, su obra y la repercusión que tuvo en el cine del siglo XX. Está disponible hasta el 28 de noviembre en Cineclick (https://bit.ly/3EulvDq), como parte del Russian Film Festival.
Tras la II Guerra Mundial, en plena Guerra Fría y aún a pesar de su proximidad a los dirigentes políticos de la URSS, Bondarchuk se codeó con los grandes cineastas de la época. A las órdenes de Rossellini y en los míticos estudios Cinecitta, se abrió camino como actor en las películas italianas de la posguerra, en 1969 ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa por su adaptación de “Guerra y paz”, la gran novela de León Tolstoi. El año siguiente, Dino de Laurentis produjo otra de sus grandes obras como director, “Waterloo”.
Este es, a grandes rasgos, el periplo profesional y vital de Bondarchuck que se analiza en “La batalla”, que también aborda su rivalidad profesional con Stanley Kubrick, con el que, curiosamente, compartía una misma visión filosófica sobre la humanidad.
Sin embargo, el gran valor de este documental estriba en su análisis que realiza sobre la manera en la que Bondarchuk rodaba las escenas de batalla, algo que marcó un antes y un después en la industria cinematográfica. Todo empezó con King Vidor y el gran éxito que su adaptación de “Guerra y paz” tuvo en la URSS y en el mundo entero. Que los americanos fueran los primeros en llevar al cine la obra cumbre de Tolstoi sacudió los cimientos del Kremlin y de esa indignación surgió la idea de hacer una adaptación, por supuesto, más grande y mejor hecha que la de Vidor. El encargo recayó en las manos de Bondarchuck.
Bondarchuck había combatido en la II Guerra Mundial, había sentido el terror de estar en una trinchera sabiendo que cada segundo de su vida podía ser el último y encontró la fórmula para trasladar esa sensación a la gran pantalla. Lejos del grandilocuente romanticismo heroico de las batallas de Vidor, la obra de Bondarchuck profundizaba en el horror de la guerra sin idealizarla, centrándose en el individuo, en su dolor y su sufrimiento.
Los primeros planos, rodados mientras los soldados avanzaban hacia los cañones, mostraban al espectador la tensión de sus rostros, la angustia de caminar al encuentro con la muerte, y se convirtieron en un recurso clave para involucrar al espectador y sumergirle, en primera persona, en el fragor de la batalla.
Bondarchuk supo, además, crear escenarios épicos sin perder la cercanía de los detalles. Para ello, diseñaba en su cabeza una inmensa coreografía que luego trasladaba a un escenario enorme en el que miles de personas, divididas en grupos de 5, sabían exactamente lo que debían hacer, hacia donde correr, cuándo iba a producirse cada disparo, cada explosión y cuándo y dónde tenían que caer.
Toda una sinfonía a la que se unían caballos, armas, humo, lluvia y todo se entrelazaba con una coordinación perfecta donde cada detalle estaba planificado al milímetro. En el documental podemos ver momentos del rodaje que dan una idea del nivel de planificación, ensayo y detalle de su obra. Hasta entonces, ningún espectador había vivido la guerra en el cine como la hemos vivido tras la aportación de Bondarchuck al celuloide.
El auge de los efectos especiales y el rechazo a la guerra de los años 70 y 80 hicieron que la estrella de Bondarchuk se fuera apagando. No obstante, es innegable la repercusión de su obra en el cine bélico actual y la huella indeleble que ha dejado. En definitiva, ningún cinéfilo que se precie puede dejar de ver este documental y profundizar en la obra de este gran creador, de la mano de su propio hijo y de quienes le conocieron.