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‘Los Fabelman’, todo pasa por algo

Sammy Fabelman vive entregado al cine, un interés aplaudido y fomentado por su artística madre, Mitzi. Su padre, Burt, un prestigioso científico, apoya el trabajo de Sammy, pero lo considera una mera afición. A lo largo de los años, Sammy se convierte en un auténtico documentalista de las aventuras de su familia, así como en el director de unas producciones cinematográficas amateur cada vez más elaboradas, protagonizadas por sus hermanas y amigos.

Para quienes en algún momento de nuestras vidas hemos enarbolado un tomavistas de súper 8 en nuestras manos para captar el mundo alrededor, además de saber lo que costaba un rollo de cinco minutos en celuloide en Agfa o Kodak (el primero algo más económico), sabemos el tiempo que había que esperar desde que lo entregábamos en la tienda de fotografía hasta que nos lo devolvían revelado. Y si metías la pata con una toma, hasta mínimo un par de semanas después no te enterabas. Eso sí, filmabas (que no grababas), a 18 fotogramas por segundo para economizar los rollos, aunque pareciera Chaplin quien actuaba en ellos.

Spielberg ha sido el director de referencia para las juventudes de diferentes generaciones. ¿Quién no ha escrito una misiva en inglés a los estudios de Paramount -entonces andaba fichado por la compañía de la montaña para desarrollar su personaje más aventurero-, ofreciéndose a dejar los estudios para hacer las américas y aprender algo a su lado aunque fuese portando cafés…? Yo tuve que seguir con mis estudios de periodismo al no obtener contestación.

El abanico cinematográfico de Steven Spielberg es cuanto menos magnífico. Por ello, un título donde se narrasen, a modo de confesión a corazón abierto, sus experiencias y vivencias en torno al séptimo arte, no podía ser más prometedor. Y sí, el resultado también lo es… En el mismo año en el que nos beneficiamos de dos películas que describen la pasión por el cine, el espectador puede elegir entre la lujuria visual de ‘Babylon’ y la mirada intimista de un director consolidado. “Todo pasa por algo”, como dicen en esta segunda opción.

Hacía mucho tiempo que el director de ‘Encuentros en la tercera fase’ o ‘Inteligencia Artificial’ no se ponía a cargo de la escritura. Pero en este caso era más que necesario, al intentar proyectar en su joven protagonista las vivencias de un adolescente creativo. Ayudado en el guion por Tony Kushner (‘Lincoln’, ‘Múnich’, ‘West Side Story’), en la música por el incombustible John Williams (‘Tiburón’, ‘E.T. El extraterrestre’, ‘La lista de Schindler’). cuenta también con los habituales Janusz Kaminski (‘Ready Player One’, ‘Salvar al soldado Ryan’), en la fotografía y Michael Kahn (‘La guerra de los mundos’, ‘El puente de los espías’), en el montaje. Todos ellos familia profesional y casi personal en las experiencias del maestro.

En cambio, en su elección de protagonistas se ha arropado de un elenco de actores con quienes no había coincidido anteriormente, como es el caso de esta espléndida y generosa Michelle Williams (‘Brokeback Mountain’, ‘Blue Valentine’, ‘Mi semana con Marylin’), en el rol de la madre con corazón artístico. Paul Dano (‘Pozos de ambición’, ‘Prisioneros’, ‘Pequeña Miss Sunshine’), ejerce de admirado padre con temperamento inclinado más hacia la ciencia y el pragmatismo. Y el televisivo Seth Rogen, ese gran amigo de la familia considerado como uno más.

Pero quien lleva el peso de tal responsabilidad interpretativa al representar la juventud del incipiente rey midas es Gabriel LaBelle. Sorprende por el extraordinario parecido en modos y maneras con el cineasta en cuestión en su etapa primigenia.

‘Los Fabelman’ es una fábula realista de vivencias adquiridas en familia entre la sensatez del progreso y los valores del arte. En la que el cine tiene una perspectiva científica como el paso de sus veinticinco fotografías por segundo sobre un haz de luz que proyecta las imágenes en aparente movimiento hacia una gran pantalla blanca. O que gracias a sus argumentos nos permiten sentir y soñar con la magia de unas vidas que nunca tendremos. Y claro, Spielberg es en eso siempre un valor seguro.

Está tan bien narrada y con gran interés, que a veces sabe a poco. Es la visión de un director que utiliza el cine como refugio, y en el que filmar es documentar la felicidad de los corazones. Un homenaje hacia sus padres y hacia sí mismo en una etapa en la que “familia y arte te partirán en dos”. Una excelente propuesta para compartir y disfrutar de magníficas anécdotas inspiradas su la vida real.

Lo mejor: Spielberg en estado puro. Sus planos, sus referencias, sus guiños, en un autorretrato sin demasiadas pretensiones, y hablando de una parte de sí mismo en cuanto a su pasión por el cine.

Lo peor: que con todos estos ingredientes, con todo lo que cuenta, se conforme con hacer del pastel una obra rica y sabrosa, sin elevarla a obra excelsa y maestra como ha demostrado hacer con otras muchas de sus producciones.

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