Nuestra querida banda de inadaptados se está acostumbrando a vivir en Knowhere, pero no pasa demasiado tiempo antes de que sus vidas se vean alteradas por los ecos del turbulento pasado de Rocket. Peter Quill, que sigue conmocionado por la pérdida de Gamora, debe reunir a su equipo y emprender una peligrosa misión para salvar la vida de Rocket – una misión que, si fracasa, podría suponer el fin de los Guardianes tal y como los conocemos.
¿Cómo puede ser que un animalito elaborado con probeta digital logre aparecer tan encantador, mordaz, tierno y agresivo a la par, y nos haga sucumbir a su personalidad desde nuestra butaca? Y ¿a quién hay que felicitar por todo ello? Imagino que a quien diseñó el boceto para su incursión en las tiras gráficas de un cómic original. A la persona que intuyó que se podría integrar en una producción de imagen real. Al guionista que plasmó en su texto todos esos sentimientos tan difíciles de calibrar. A quien desarrolló su personalidad prestándole su voz. O a quienes jugaron e interactuaron con un muñequito sobre un croma para que aquello pareciera de verdad. Y a quienes después de todos estos arduos procesos pintaron hasta el último bigote de un mapache castigado con una supuesta y evolutiva humanidad.
Rocket (cuya voz en original presta Bradley Cooper), tiene alma de verdad. Y ese es el auténtico valor de la tercera y definitiva entrega de este singular equipo de superhéroes. Los Guardianes de la Galaxia irrumpieron desde las páginas no tan comerciales a la gran pantalla haciéndose un hueco en la primera fila de Marvel Studios hace ya casi una década. Han pasado por películas corales, cameos en las de otros personajes, cortos y hasta un especial de navidad (desde luego no tan infame como aquel de Star Wars). Y aquí llega su baile final. Ese “footloose” interespacial, que convence, emociona y divierte magníficamente por igual.
Se agradece el respiro provocado por la ausencia del multiverso, y de los mundos cuánticos. Por suerte, se centra en los personajes, en sus alocadas aventuras, y en este derroche espectacular que mantiene el perfecto equilibrio entre la épica apabullante y el miedo a caer en lo soez, para de ahí alcanzar su particular genialidad.
James Gunn, el responsable de todo ello, le debe todo al equipo de Star Lord. Y, a su vez, los Guardianes sin Gunn no serían lo que son. Un director desahuciado, readmitido por imperativo categórico en el más puro concepto kantiano, que ahora es todopoderoso de otra compañía para hacer y deshacer a sus anchas. Pero ese es otro cantar… aquí toca bailar y celebrar. Con los dos pies y la mente fuera de la compañía de Disney, cierra su trilogía desde la epopeya musical y el humor, tocando la fibra sensible del espectador que se rinde sin condiciones a esta maravilla visual. Un paso más y se hubiera precipitado al acantilado del mal gusto, como símil entre Thanos y Gamora. Pero logra mantener impoluta el alma de la trama cual gema del infinito, respetando unos personajes llegados a este punto tan tremendamente carismáticos.
‘Guardianes de la Galaxia Vol. 3’ marca una nueva era, un fin de ciclo. Se intuye pero se desconoce el futuro incierto y ligeramente endeble para el destino de Marvel Studios, tras la ausencia de directores y creadores que han creado impronta, como Whedon reemplazado posteriormente por los Russo, o Waititi y Gunn. No obstante, esta tercera entrega logra hacer deliciosa la anunciada despedida. Lo demás está por llegar.
Lo mejor: el espectáculo cinematográfico en sí; unos personajes cohesionados y coherentes engullidos en esta ópera espacial; la selección musical (una vez más). Todo el baile final…
Lo peor: su duración y la ausencia de Tyler Bates en la banda sonora original para este volumen 3.