El arqueólogo Indiana Jones deberá emprender otra aventura contra el tiempo para intentar recuperar un dial legendario que puede cambiar el curso de la historia. Acompañado por su ahijada, Jones pronto se encuentra enfrentándose a Jürgen Voller, un ex nazi que trabaja para la NASA.
Con la primera aventura de Indiana Jones, ‘En busca del Arca Perdida’, Steven Spielberg y George Lucas redefinieron las películas de aventuras y, también, el concepto de cine comercial.
El Doctor Jones era el resultado perfecto (y hasta la fecha, irrepetible) de la mezcla de décadas de arquetipos en la gran pantalla, la literatura y el cómic.
Hoy, tras más de cuarenta años y cuatro entregas, Harrison Ford y su inagotable carisma se despiden con ‘Indiana Jones y el dial del destino’.
Una película crepuscular que tiene al paso del tiempo como motor, y la erosión que éste ha hecho en nuestro arqueólogo favorito.
El Indy que nos encontramos aquí es un señor recién jubilado, cascarrabias, hastiado y desubicado, que afronta sus últimos días bajo el peso del recuerdo y la pérdida.
Pero cuando la aventura llama de nuevo a su puerta, y el destino le lleva junto a su avispada, carismática (y materialista) ahijada, Indiana recupera el Fedora, el látigo y el deseo de realizar un último y gran viaje. Con los Nazis, cómo no, de nuevo como enemigos (grande Mads Mikkelsen como el cerebral y contenido villano de la función).
Tras un prólogo espectacular (donde los límites de la tecnología, aún por pulir, son cada vez más brillantes), la cinta de James Mangold abraza el clasicismo.
El director se enfunda el uniforme de artesano y, aunque no es capaz de entregar las imágenes inolvidables que Spielberg regala al público, sí se luce con grandes momentos donde hacer grande al personaje, encontrando un equilibrio del que carecía la notable y cada vez más reivindicable ‘El reino de la calavera de cristal’.
Cuatro décadas de mitología confluyen aquí con brío pero, también, sin aspavientos.
Todo está donde debe estar, sin perder el foco en darle a este aventurero que ha marcado a generaciones de espectadores, cineastas y la propia industria un final digno del personaje, y el irremplazable actor que le ha dado vida.
En estos tiempos donde el Cine de multisalas es cada vez más ruidoso y efímero, es un placer contemplar una película de otra época. Una más sencilla, quizás más feliz pero, sin duda, más esperanzadora para todos.
Adiós, Doctor Jones. Adiós, amigo.
Gracias por hacernos sentir, una vez más y aunque sea de forma intermitente, momentos que solo la alegría del Cine en comunión, pueden darnos: el aplauso entusiasta del respetable, que se queda hasta el final de los créditos.
La aventura, cuarenta años después sigue teniendo el mismo nombre: Indiana Jones.
Lo mejor: un final muy digno, divertido, respetuoso y equilibrado, con Harrison Ford y John Williams demostrando su grandeza.
Lo peor: la tortilla se hace sin (apenas), romper los huevos.