Es la mañana de la cosecha que dará comienzo a los décimos Juegos del Hambre. En el Capitolio, Coriolanus Snow, de dieciocho años, se prepara para una oportunidad única: alcanzar la gloria como mentor de los Juegos. La casa de los Snow, antes tan influyente, atraviesa tiempos difíciles, y su destino depende de que Coriolanus consiga superar a sus compañeros en ingenio, estrategia y encanto como mentor del tributo que le sea adjudicado. Todo está en su contra. Lo han humillado al asignarle a la tributo del empobrecido Distrito 12. Ahora, sus destinos están irremediablemente unidos…
Cuando el mundo parece desmoronarse frente a nuestros propios ojos, y la ficción postapocalíptica ya no nos parece tan lejana, deberíamos hacérnoslo mirar como terapia grupal. El bienestar de unos pocos no ha de recaer sobre las espaldas de las multitudes. Y cuando la política solo persevera para perpetuarse en el poder a cualquier precio, el caos asciende sobre la esperanza. El hambre frente a la codicia suele hacer saltar la revolución. Mientras tanto, “panem et circenses”, que dirían los romanos, para apaciguar el mínimo atisbo de exaltación.
Cualquier parecido con la realidad en la que vivimos no es más que pura coincidencia. Tal es el punto de partida de la historia de la exitosa saga ‘Los juegos del hambre’, en su versión original y literaria escrita por Suzanne Collins, y en la fílmica por Francis Lawrence, principal director responsable de los últimos tres filmes (pues Gary Ross acuñó la inicial). También aporta la continuidad a la saga el guión de Michael Arndt (‘Los juegos del hambre: En llamas’, ‘Pequeña Miss Sunshine’, ‘Toy Story 3’), con la ayuda de Michael Lesslie (‘Trece vidas’, ‘Macbeth’, ‘Slow West’). Más de dos horas y media de metraje que pasan con bastante rapidez gracias a sus dos exposiciones claramente diferenciadas: una historia de acción y otra enfocada en la psicología de uno de los personajes ya conocidos.
Por sus inicios en el videoclip, Francis Lawrence (‘Gorrión rojo’, ‘Soy leyenda’, ‘Constantine’), aporta dinamicidad, color, y ciertas extravagancias como ya demostró en sus anteriores entregas. No desentonan sus intenciones. La otra gran baza que logra superar con gran solvencia es la de hacernos olvidar de los anteriores actores frente a la nueva camada actoral a la que recurre para la precuela.
Acude a un actor más conocido por sus papeles televisivos que por sus intervenciones cinematográficas, como es el caso de Tom Blyth, para dar la talla juvenil del rol interpretado anteriormente por Donald Sutherland. Convence y sale airoso del experimento. También gana muchos puntos Rachel Zegler, quien ya deslumbró en la versión del ‘West Side Story’ de Spielberg, actuando y cantando en alusión al propio título de la película. Sin olvidarnos de Josh Andrés Rivera (compañero también en el citado musical), de un simpático y oscuro Peter Dinklage, de Jason Schwartzman como joven comentarista Flickerman y de la temeraria doctora que propone Viola Davis.
La música corre a cargo de James Newton Howard, como en las otras entregas, y la fotografía de Jo Willems. La suerte está echada.
Al igual que pretenden los gladiadores en la arena del circo para ganarse la supervivencia, ‘Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes’ es una magnífica excusa para ganarse al espectador en todos los sentidos. Una digna precuela que no desilusiona por intentar exprimir el jugo que aún le queda.
Lo mejor: las excelentes interpretaciones, banda sonora y producción con continuidad que sorprende por superar las expectativas con las que se entra en la sala.
Lo peor: un desenlace algo apresurado que bien hubiera merecido alguna que otra explicación.