El pacífico reino de Azeroth está a punto de entrar en guerra para enfrentarse a unos terribles invasores: orcos guerreros que han dejado su destruido mundo para colonizar otro. Al abrirse un portal que conecta ambos mundos, un ejército se enfrenta a la destrucción, y el otro, a la extinción. Dos héroes, uno en cada bando, están a punto de chocar en un enfrentamiento que cambiará el destino de su familia, su pueblo y su hogar.
Así empieza una espectacular saga de poder y sacrificio donde se descubren las numerosas caras de la guerra y donde cada uno lucha por lo suyo.
En escasas ocasiones surgen buenas adaptaciones de videojuegos (‘Silent Hill’), siendo la inmensa mayoría entretenidas (‘Resident Evil’, ‘Hitman’), quiero y no puedo (‘Max Payne’, ‘Angry Birds’) o tan olvidables e insultantes que desmerecen el videojuego en que se basan (‘Street Fighter’, ‘Dead or alive’).
Éste es el caso de ‘Warcraft: el origen’.
La cinta de Duncan Jones (genio en caída libre tras ‘Moon’ y ‘Código Fuente’), adolece de todos y cada uno de los problemas que lastran el destino de una película.
El complaciente guión hace aguas por todas partes, centrado en que un nombre exótico es suficiente para construir un personaje, y aplicando esa regla ‘de vagos’ a todos los moradores de Azeroth.
Como un alumno sin talento pero sobrado de cara dura, copia ideas del acervo fantástico sin añadir nada nuevo, pero, eso sí, pervirtiéndolas hasta reducir su impacto por debajo del mínimo imprescindible.
En consecuencia, resulta imposible conectar con los personajes: orcos, hombres, magos y mestizos no son más que desganados bustos parlantes que recitan sus eslóganes como el que va a comprar el pan.
Están tan muertos por dentro que no despiertan reacción o sentimiento alguno, salvo un inmenso sopor y el continuo mirar del reloj.
Si los personajes son indefendibles, se vuelven insoportables cuando la elección del reparto deja mucho que desear: Travis Fimmel no sabe qué narices pinta ahí Ragnar Lothbrok; Paula Patton es un mohín verdoso; Dominic Cooper sigue construyendo su leyenda como actor del montón; Ruth Negga no aporta nada y, para terminar, el mononeuronal y estúpido dúo de magos parece sacado de un sketch de Cruz y Raya (pero sin la gracia de tan insignes humoristas).
¿Ahí acaba todo? Por desgracia no.
Imaginen la manera más anticlimática, aparatosa y visualmente poco atractiva de planificar y ejecutar escenas de acción. A la memoria le vendrán las escaramuzas de ‘Alejandro Magno’ de Oliver Stone, aledaños y semejantes.
Pues bien, Duncan Jones se las arregla para que sean aún más caóticas y descafeinadas.
Ahora imaginen un montaje aparatoso, donde las escenas duran un suspiro entre fundidos en negro, la machacona y poco inspirada partitura les taladra los oídos y aunque se dicen muchas palabras, estas tienen la misma profundidad que un anuncio de detergente.
Pues bien, en ‘Warcraft: el origen’ verán su imaginación tristemente superada.
La magnífica saga videojueguil de Blizzard no merece un interminable tráiler ‘live action’.
Lo mejor: el CGI, sobre todo los primeros planos de los Orcos.
Lo peor: aburre a magos, orcos, humanos… y ovejas.