Adaptación en imagen real del clásico de Disney «La bella y la bestia», que cuenta la historia de una joven que, para salvar a su padre, decide acudir a un castillo y quedar ahí atrapada junto a una bestia maldita.
En el momento en que la maltrecha Walt Disney Pictures más lo necesitaba, surgió ‘La Sirenita’. Las aventuras de Ariel abrieron la veda a la edad de oro moderna de la Casa del Ratón, poblada de clásicos animados del calibre de ‘Alladin’, ‘El Jorobado de Notre Dame’ y, por encima de todas ellas, la joya de la corona: ‘La Bella y la Bestia’.
La película de Gary Trousdale y Kirk Wise no solo es la mejor en su género (ninguna ha conseguido impactar tanto a público y crítica y, en la actualidad, solo Pixar ha conseguido cotas tan altas de calidad), sino que marcó a más de una generación, cimentando un mito del Séptimo Arte difícil de repetir.
Por ello, la expectación era mayúscula ante la adaptación en imagen real, máxime cuando Disney ha venido metiendo la pata (‘Maléfica’, ‘Alicia en el País de las Maravillas’), acertando a medias (‘La Cenicienta’), o de pleno (‘El libro de la Selva’), en una montaña rusa de calidad donde, en general, ganaban por goleada los referentes animados.
Pues bien, ‘La Bella y la Bestia’, es la mejor traslación en carne y hueso del imaginario Disney hasta la fecha. Un auténtico placer para el amante de los musicales que, además, crea en lo que Walt nos vendió, y vaya si compramos, hace 80 años.
Una bestia de mastodóntico diseño de producción, elaborados números musicales y fidelidad casi mimética hacia el original, con la inclusión de elementos nuevos que, en general, enriquecen la historia de esta fascinante mujer, mucho más que Bella, en unos tiempos donde el feminismo no existía ni en las mentes más calenturientas.
Sin embargo, pese al disfrute del relato durante las dos horas de metraje, la magia permanece intacta, pero el calado, el embeleso, el tocarnos en lo más hondo y para toda la vida, se reserva para la original.
‘La Bella y la Bestia’ brilla con luz cegadora cuando emula al clásico que adapta, trasladando a la realidad con la perfecta combinación de cgis de última generación y las tablas de Broadway, lo que nos mantuvo pegados al asiento allá por 1991; sin embargo, cuando se dedica a añadir se notan los compromisos adquiridos, conscientes e inconscientes, en este mundo de corrección política, cuotas, estereotipos e igualdad malentendida.
Hay que aplaudir que Bill Condon haya roto algún que otro molde incluyendo, por ejemplo, a un LeFou homosexual en esta superproducción para toda la familia. Pero habría estado bien que no lo redujera al típico y manido estereotipo que convierte su osadía en anécdota para desnortados e intolerantes.
Con todo, Disney coge carrerilla avivando su enorme catálogo animado, sumando dos aciertos consecutivos que nos hacen confiar en que lo mejor, esperemos, está por llegar.
Lo mejor: la exquisita producción.
Lo peor: la sombra del original, es inalcanzable.