Esta es la historia de Bosco, el hijo de un ministro con una cartera de dieciocho delitos económicos. Sus andanzas desde que es expulsado de su lujoso chalet en la Moraleja hasta que entra a “okupar» una casa en Lavapiés; sus angustias sentimentales desde que le deja su novia de dentadura perfecta y labio indolente hasta que le acepta una trabajadora social ciega, educadora en un colegio de discapacitados; sus miserias desde que le expulsan de su exclusivo máster de dirección de empresas hasta que pasea asustado por las calles de su nuevo barrio. Lamentablemente, ésta no es una comedia romántica.
Víctor García León (‘Más pena que gloria’, ‘Vete de mí’) ha conseguido ser la oportunidad en persona con este tercer largometraje. En un momento tan convulso en el panorama político de este país, pone en pantalla una valiente y divertida película con el trasfondo social de lo que podría ser el partido de la cal y el partido de la arena. El problema es que no están a partes iguales para terminar de hacer una buena argamasa, con lo que se diluye cualquier posible moraleja (nada que ver ahora con la urbanización residencial madrileña), o efecto doctrinante.
Bosco, excelentemente interpretado por Santiago Alverú, es un superviviente nato, algo que solo se lleva en los genes o no se lleva. Partiendo de la más idílica vida prometedora que un joven de veintipocos pueda soñar, es capaz de adentrarse en los rodeos que da la vida como si hubiera escapado sin despeinarse de un supuesto holocausto zombie de la corrupción.
Utilizando la técnica de cámara en mano (unas veces falso documental que le graban a modo de trabajo de clase, otras mediante un socorrido auto «selfie»), se describe un mundo esperpéntico en el que el principal asombro lo soporta el espectador atónito a cómo el boyante protagonista encaja los diferentes golpes que van surgiendo. A pesar de su originalidad a la hora de presentar el formato de la historia, no termina de encajar con lo que se desarrolla en la misma, y cuanto al principio prometía fresco, divertido y ameno, con un argumento demasiado prometedor, desemboca en un desenlace desinflado y un tanto perdido por los acontecimientos.
Muy buenas actuaciones por parte de su trío protagonista Santiago Alverú, Javier Carramiñana, y en el caso de Macarena Sanz, aunque uno no sabe muy bien si se lo pasa genial en el rodaje, o si se trata de interpretar un papel de una chica que irradia felicidad.
Lo oportuno del momento, el oportunismo de su protagonista salvando las circunstancias, y las oportunidades de haber filmado con personajes políticos en acontecimientos públicos que hemos vivido, convierten a ‘Selfie’ en una excelente y oportuna propuesta tomarse con humor ciertos detalles de la política que nos toca padecer en estos días.
Un humor que en ocasiones recuerda al mejor descrito por el maestro Eduardo Mendoza.
Lo mejor: la frescura, la naturalidad, la actualidad, su humor y la ironía.
Lo peor: la ausencia de una resolución convincente ante tanta expectativa.