El verano de 1967 fue un momento fundamental de la historia moderna de Estados Unidos, en el que el país se encontraba sumido en un creciente malestar político y social: la escalada de la intervención militar del país en la Guerra de Vietnam y décadas de represión e injusticia racial. Los epicentros de todo ese descontento y furia apenas contenida resultaron ser las grandes ciudades del país, con su discriminación sistémica, sus disparidades raciales en educación y vivienda, y el creciente desempleo reinante en las comunidades afroamericanas.
A la hora de presentar cualquier producción cinematográfica hay que tener en cuenta quiénes compiten en ese mismo momento por atraer a su público objetivo, bien se trate del más prestigioso festival bien sea en salas de exhibición. De ahí que grandes títulos se puedan ver eclipsados por otros de menor calidad pero con proyección comercial más dilatada.
‘Detroit’ es una de las propuestas de mayor calidad cinematográfica para este inicio de ciclo tras el periodo estival.
Kathryn Bigelow (‘En tierra hostil’, ‘La noche más oscura’), siguiendo la estela más seria de estas últimas producciones, es una realizadora que no deja al espectador indiferente. Utiliza sabiamente la riqueza visual del artista afroamericano Jacob Lawrence, a modo de introducción, en un collage animado para presentar los antecedentes históricos y sociales de la comunidad negra. Y deposita al público en los días previos a las discordias raciales de la ciudad más poblada de Michigan en 1967.
Una excelente recreación contada con técnica documental y cámara en mano para dotar a la historia de un mayor realismo dramático, que parece ralentizarse cruelmente con los hechos ocurridos en el Hotel Algiers. Entonces se detiene el tiempo, y desde la butaca el propio espectador comienza a participar como si caminase entre los protagonistas de los incidentes, sin dar tiempo a tomar aliento ni a desinhibirse de lo que refleja la pantalla.
La cámara parece que no toma partido, pero comienza a incomodar al público a quien conduce por las calles conflictivas de Detroit entre incoherentes redadas, disturbios, caos, bandas criminales organizadas y policías corruptos, hasta el inevitable estado de emergencia. Un «playing game» que debería hacernos reflexionar sobre cómo, a menudo, las cosas se nos escapan de las manos fácilmente, y sobre sus fatales consecuencias.
Mark Boal, guionista y colaborador habitual de la directora Kathryn Bigelow, es el responsable de la escritura de esta magnífica muestra, un pseudo-documental para recrear la «Ciudad del Estrecho» (de ahí su nombre en francés, Citat d’Étroit), en el que también obtuvieron el asesoramiento de muchos de los protagonistas de los sucesos.
Entre el equipo de reparto destaca el papel del joven Will Poulter (‘El Renacido’), un aberrante compendio policial racista y sexista contrario a seguir la ley. Le acompañan Algee Smith como uno de los fundadores del grupo de soul The Dramatics, John Boyega (‘Star Wars: El despertar de la Fuerza’) el esperanzado guarda de seguridad que confía en que todo vaya bien, o Anthony Mackie (‘Capitán América: Civil War’, ‘En tierra hostil’) quien suda la tensión por cada uno de sus poros.
Aunque la banda sonora de James Newton Howard queda bastante eclipsada, se justifica por la presencia de los numerosos temas Motown que incluso llegan a estar integrados en el argumento de la película y del peculiar «sonido Detroit» de la década de los 60.
Con una directora fuerte y muy valiente (como ha venido demostrando por las temáticas elegidas en sus últimas películas), y respaldada por un equipo mucho más que solvente, ‘Detroit’ podría ser narrada perfectamente en tres películas: la situación crítica y los disturbios; la historia verídica sobre el secuestro y asesinatos del hotel Algiers; y el juicio civil y mediático con sus conclusiones finales. Esta es sin duda una de las bazas principales al ser capaz de condensar todo el trabajo y toda la tensión acumulada en una sola cinta.
Como epílogo narra la realidad final, dejando las cosas en su sitio. Y por supuesto, muy digna de estar en los puestos de cabeza de los próximos premios de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.
Lo mejor: la valentía con que se cuenta la historia, vista muy por encima de guerras de sexo, raza y religión. Y la enorme carga de tensión que sabe transmitir.
Lo peor: tal vez el metraje, pero siempre muy bien compensado teniendo en cuenta todo lo que aquí se describe.