Un repartidor llamado Jongsu está trabajando cuando se topa con Haemi, una chica que solía vivir en su vecindario. Ella le pide que cuide de su gato mientras se va de viaje a África. A su vuelta, Haemi presenta a Jongsu un joven enigmático que se hace llamar Ben, a quien conoció durante su viaje. Un día, Ben le cuenta a Jongsu cuál es su inusual hobby.
En algunas ocasiones es difícil recomendar ciertas películas que por sus características no sabemos si van a encajar del todo bien con los gustos de quienes nos preguntan. Bien sea por el argumento, el desarrollo de la acción, los personajes, la temática, o sencillamente por tratarse de un tipo de cine muy distante al momento cultural en que nos toca vivir.
‘Burning’ es un poco mezcla de todo ello, y vaya por delante que se trata de una magnífica película. Para empezar, pertenece a ese tipo de segmento muy alejado del cine comercial. Tiene su propio tempo. Unos protagonistas peculiares y distintos a nuestra visión occidental. La narrativa parece llevarnos por sendas dispersas para confluir en el argumento central. Es una película que se vive y que te atrapa cuando menos lo esperas.
El director surcoreano Lee Chang-Dong, coguionista junto a Oh Jung-Mi, adapta el relato del posmodernista japonés Haruki Murakami inspirado en otro del mismo William Faulkner. Crea un relato primero descriptivo y más adelante inquietante sobre tres jóvenes anónimos que deambulan por Seúl. Son personajes naturales que parecen perdidos y encerrados entre la vida urbana actual y el entorno rural de sus orígenes, haciendo acto de presencia las diferencias socioeconómicas.
Jongsu, interpretado Ah-In Yoo, es un licenciado en escritura creativa que tiene que sacar adelante el ganado y asumir las consecuencias de un padre orgulloso y temperamental mientras permanece en prisión. Él está como perdido de toda realidad, sin rumbo definido.
Haemi, Jong-seo Jun, es la chica impulsiva que atrapa el inesperado interés de Jongsu. Se conocen de pequeños, cuando vivían en las afueras. Ambos viven en el día a día, con las escasas ilusiones que puede deparar una sociedad con una alta tasa de paro juvenil, con referencias indirectas a las conocidas deportaciones de Trump, y a la maquinaria propagandística de la vecina Corea del Norte.
Trascendiendo del “hambre pequeña”, esa necesidad de alimentar el estómago vacío, surge la necesidad de encontrar el sentido de la vida con el “hambre grande” que sacia la existencialidad. De igual modo que un mimo pela una mandarina y simula extraer satisfacción de cada gajo que saborea.
Con la aparición del enigmático Ben, Steven Yeun, la trama que presentaba una panorámica de la juventud coreana, da un giro hacia el suspense, la tensión y la intriga, presentando a un personaje adinerado y sin identidad como si del mismo Gatsby de Fitzgerald se tratase.
Tres buenos actores que presentan una disparidad social a la vez que sintonizan de manera enigmática en un ideal, para alguno de ellos, donde parece que “no hay diferencia entre trabajar y jugar”.
En conjunto, ‘Burning’ crea un ambiente sin ilusión y desasosiego, en el que tampoco parece tener cabida la tristeza, hasta que el drama se torna poderoso e inquieto. Y al igual que en un breve instante su director nos muestra unas sutiles luces de reflejos en la pared que apenas duran unos instantes, la película sigue avanzando en nuestras retinas tras su proyección. Personajes que brillan sin ninguna expectación.
‘Burning’ es una excelente ocasión para degustar otro tipo de narración y acercarnos a otras culturas un tanto más distantes.
Lo mejor: el regusto que deja ver algo muy distinto a lo habitual.
Lo peor: que se desconecte mientras el espectador no se deje llevar por su cotidianidad.