Aladdin (Mena Massoud) es un adorable pero desafortunado ladronzuelo enamorado de la hija del Sultán, la princesa Jasmine (Naomi Scott). Para intentar conquistarla, acepta el desafío de Jafar (Marwan Kenzari), que consiste en entrar a una cueva en mitad del desierto para dar con una lámpara mágica que le concederá todos sus deseos. Allí es donde Aladdín conocerá al Genio (Will Smith), dando inicio a una aventura como nunca antes había imaginado.
Cualquiera que piense que el nuevo ‘Alladin’ puede tener algún rastro del anteriormente revulsivo Guy Ritchie, que se vaya olvidando.
El remake del clásico de Disney podría haber sido dirigido por cualquier cineasta habitual de la casa (Rob Marshall, por ejemplo), ya que está planificado al milímetro para dar vida a la película de dibujos animados e introducir los cambios que Disney ha incluido en casi todas las recientes revisiones live action: mayor presencia femenina, empoderamiento y absoluta corrección política.
Esta realidad se traduce en el (bienvenido, por otro lado) desarrollo y protagonismo de Naomi Scott, cuya princesa Jasmine expande a su predecesora y es, junto con el tour de force cómico de Will Smith, el mono Abu y el descafeinado aunque efectivo (para el conjunto) Alladín, lo mejor de la película.
Detrás de las cámaras, Ritchie no asume riesgo alguno (salvo la metedura de pata inicial que rompe la magia gracias, probablemente, al siempre pulcro Will Smith, que igual le da Genio aquí que Asesino en ‘Escuadrón Suicida’, para imponer su moralista imagen de marca), por tanto el nuevo ‘Alladín’ es tan disfrutable como el anterior, al constituir una copia cara y colorida con muy pocos cambios.
Pero ahora vienen los peros, tan grandes como la cueva de las maravillas.
Lo que hace de la primera versión un clásico que perdura, y de ésta un film lustroso pero efímero, es la ausencia de corazón, de alma, de intenciones artísticas y cinematográficas más allá de cumplir con la tarea y deslumbrar de vez en cuando (el número musical de ‘No hay un Genio tan genial’, sigue siendo un espectáculo).
No hay nada inolvidable en la cinta.
Ni épico, ni hilarante (sí ocurrente, divertido, capaz); nada que nos azote a querer visionar y revisionar la nueva versión en lugar de la que ya, por suerte, existía.
Puede que Disney sólo quiera lavar su imagen para el Siglo XXI y ‘arreglar’ de acuerdo a su criterio las ‘incorrecciones’ de antaño. Con la conveniente interpretación rebuscada, todo es susceptible de salirse del tiesto.
Pero si esa va a ser la única justificación, además de la engrosar las arcas de la casa del ratón, es mejor que los clásicos sigan durmiendo el merecido sueño de los justos.
Lo mejor: Naomi Scott, Will Smith y el adorable mono Abu.
Lo peor: realmente ¿tiene este remake alguna justificación artística?.