Narra paralelamente la historia de tres personajes que han tenido algún tipo de contacto con la muerte: una periodista de la televisión francesa (Cécile de France), que estuvo a punto de morir durante el tsunami que asoló el Sudeste asiático en las Navidades de 2004; un niño que pierde a su hermano gemelo en un accidente de tráfico, y un hombre (Matt Damon), que puede contactar con los muertos, pero que prefiere no hacerlo.
Cualquiera que se haya preguntado alguna vez qué hay más allá de la vida se sentirá totalmente identificado con la última película de Clint Eastwood, toda una muestra de buen cine. Con unas interpretaciones muy creíbles y humanas por parte de un muy solvente Matt Damon (nunca hubiera pensado que su habitual cara de palo acabaría favoreciéndole para un personaje, pero aquí le sirve para dar vida a una persona atormentada y taciturna) y de una espléndida Cécile De France, junto con la gran sorpresa del film, el pequeño George McLaren.
Partiendo de un guión tan bueno como los que suele ofrecernos Peter Morgan («The Queen», «Frost VS Nixon»), Eastwood se toma su tiempo para contarnos tres historias paralelas (más sus correspondientes subtramas) relacionadas con personas obsesionadas con la muerte. ¡Y cómo las cuenta! En su primera escena, el director se deja el alma para conseguir una escena de catástrofe natural que, literalmente, humilla a patéticos intentos de cineasta como Roland Emmerich: construye un clima y aumenta progresivamente la tensión hasta que se produce un estallido de tensión como pocos he visto en una sala de cine, amparado en unos efectos especiales y sonoros logradísimos y realistas. Tras este impresionante comienzo, conocemos a más personajes y nos introducimos en el mundo de la película, un mundo que desafía tanto creencias religiosas como planteamientos estrictamente científicos y ateos.
«Más allá de la vida» no es una película de fácil digestión: su ritmo es deliberadamente lento (va por pasos, intentando no forzar el ritmo de los acontecimientos), y puede parecer sensiblera o poco propia de Eastwood. Nada más lejos de la realidad, puesto que, a un nivel mayor de análisis, se descubren numerosas claves que la interconectan con su filmografía anterior:
1. En ningún momento se da gran importancia a las experiencias ultrasensoriales ni al más allá. Esta es una película sobre la vida, no sobre la muerte. La muerte solo tiene lugar en tanto que es algo que nos cuestionamos constantemente, pero este film no va sobre qué hay exactamente más allá, sino sobre cómo continuamos con nuestras vidas después de haber perdido a alguien o prácticamente haber experimentado la muerte. En ese sentido, chapeau por Eastwood, ya que otro cineasta hubiera optado por meter con calzador y sin vaselina una trama sobrenatural en la que los muertos intentan avisarnos sobre algo desde el más allá.
2. El director aprovecha la ocasión para dar caña, otra vez, a los fundamentalismos religiosos. Aquí, los cristianos son representados como curas de baratillo que, después de una incineración, dejan libre una iglesia para que una familia hindú celebre una ceremonia fúnebre, pero no solo eso: también aprovecha, bien mediante un fanático proclamando sandeces sobre el Ángel de la Muerte y Alá por YouTube (gran momento de alivio cómico), o bien mediante una niña en segundo plano a la que no se le ordena quitarse el velo en clase (mientras que al pequeño protagonista se le exige quitarse la gorra), Eastwood también reserva unos cuantos palos a la religión islámica. ¡Y ya no hablemos de los estafadores que se hacen pasar por parapsíquicos, que también reciben lo suyo!
3. Por último, la familia: de nuevo tenemos a una familia de gorrones, aquí representada por un hermano mayor vago y oportunista (interpretado por Jay Mohr), igual que la desconsiderada y egoísta familia de Walt Kovalski en «Gran Torino». Aunque, en esta ocasión, hay un pequeño elemento redentor: una madre, primero desastrosa y drogodependiente, y finalmente desintoxicada y redimida.
Le falla, si acaso, un epílogo sobrante y empalagoso (no es la escena en si la que sobra, sino el tono dulcificado, que choca completamente con la melancolía imperante durante todo el metraje) y la presencia de una subtrama amorosa entre Matt Damon y Bryce Dallas Howard (que da lo mejor de si misma para un personaje que no le hace justicia), parcamente resuelta. Aún así, en conclusión, «Más allá de la vida» es una cinta reflexiva y muy bien contada, que dejará un poso de reflexión en vosotros: saldréis hablando sobre la vida y la muerte después de verla, os haya gustado o marcado el film en si o no. Toda una muestra de inteligencia, madurez y sobriedad en imágenes y sonido, y muy digna de ser vista en una pantalla gigante.
Veredicto: Muy buena