Buck es un perro con un gran corazón cuya apacible vida doméstica llega a su fin cuando de repente le arrancan de su hogar en California y lo trasplantan a las salvajes tierras del Yukón canadiense durante la Fiebre del Oro de los años 1890. Es el más novato del trineo de perros que se dedica a entregar el correo, aunque acabará convirtiéndose en el líder. Buck se embarca en un extraordinario viaje de iniciación a la edad adulta que lo llevará a descubrir cuál es su lugar en el mundo y a convertirse en dueño de sí mismo.
Jack London ejerce una magia poderosa a la hora de adaptar el romanticismo aventurero de sus novelas para domesticar parajes indómitos a manos de la naturaleza humana. Sus obras se han representado en la gran pantalla en infinidad de ocasiones, desde el cine mudo hasta el 3D. E incluso ha ejercido de marinero en la versión de 1913 de su ‘El lobo de mar’. El libro más famoso de London tampoco se libró de la acusación de plagio, admitiendo haber tenido como fuente de inspiración la anterior obra de Egerton Ryerson Young “My dogs in the Northland”. Claro que era otra época más de tradición oral donde la cultura no estaba a disposición de todo el mundo y la fama la tenía quien vendía.
Ahora, casi un siglo y cuarto después, el aliciente de esta nueva entrega reside en haber digitalizado al protagonista cánido, algo similar a lo que Disney está realizando con la mayor parte de su catálogo animado, y en que la responsabilidad recaiga sobre Chris Sanders como director y Michael Green al texto.
Este último ha firmado guiones tan complicados y exitosos como ‘Logan’, ‘Blade Runner 2049’ o ‘Asesinato en el Orient Express’. Sanders, por su parte, cambia su experiencia con los dibujos y las paletas computarizadas de ‘Lilo & Stitch’, ‘Cómo entrenar a tu dragón’ y ‘Los Croods’, para realizar su primera película con personajes reales y mascota digital, similar a lo que en su momento hiciera Andrew Stanton con su ‘John Carter’.
Teniendo en cuenta que el avance de la tecnología y los efectos especiales permite abaratar los costes referentes a tener animales en el set, entrenadores y muchas horas de trabajo interminable con el equipo artístico, el resultado es una intrépida historia de aventuras perrunas, de sobra conocida pero como las de antes, que entretiene mucho y que además cuenta con una riqueza visual impactante. De hecho es Janusz Kaminski, el director de fotografía de Spielberg, su responsable.
La banda sonora es dinámica y lúcida. John Powell, experto en infinidad de melodías para películas de animación y acción, hace un trabajo notable para esta cinta.
La fiebre del oro y la codicia por el poder tienen caras humanas. El carisma de Omar Sy dirigiendo el carro, la experiencia, nostalgia y madurez de Harrison Ford, y la brutalidad de un Dan Stevens sin necesidad de disfrazarse de Bestia, inmersos en parajes artificiales donde es difícil discernir la realidad de la simulación, prometen de por sí más que suficiente aventura.
Pero quien evidentemente se lleva el mérito es el propio perro, junto al elenco de animales ficticios que aparecen en la pantalla. Terry Notary, coreógrafo y especialista imprescindible en cualquier película con captura de movimiento que se precie, interpreta a Buck. Sirva de referencia la impresionante intervención de su performance en ‘The Square’, para entender lo que es capaz de hacer con una interpretación más bien poco agradecida, pues es raro verle tal y como es. Presta tal viveza en el personaje del perro que solo le falta hablar. Algo que para quienes disfrutan de la compañía de estas mascotas les suele parecer de lo más natural.
‘La llamada de lo salvaje’ habla de encontrar la propia identidad, amar la naturaleza y dejarse llevar por el instinto. Un viaje en busca de la paz que propone explorar un mundo peligroso con la plena confianza de contar consigo mismo y con el clan de la manada. Una película familiar que encandilará a quienes disfruten de un espíritu aventurero y romántico.
Lo mejor: parece resucitar el género de aventuras clásicas, un perro, sus diferentes amos y la búsqueda de la libertad.
Lo peor: el hiperrealismo de los animales, al aportar más expresiones y muecas de las que un semblante canino pueda soportar, hacen que se incline más hacia la fantasía que hacia esta realidad.