Lilli y Aníbal, dos «sin techo», duermen en el barrio de Bicocca, cerca de la estación Greco-Pirelli. Aníbal tiene unos cincuenta años y Lilli ronda los cuarenta. La víspera de Navidad, Lilli y Aníbal encuentran a un bebé en un gran basurero. Es niño y parece sano, pero deciden llevarlo al hospital infantil más cercano. Allí son testigos de algo extraordinario: ni los doctores ni las enfermeras logran ver al niño, y Lilli y Aníbal son expulsados del hospital. ¿Qué está ocurriendo? ¿Hay alguien más que pueda ver al bebé o solo ellos? ¿O es que el niño es invisible para las personas «con hogar»? Y, sobre todo, ¿quién es ese niño tan especial?.
Hay películas que siempre están de actualidad: las que denuncian las injusticias allá donde ocurran, mientras nos ponen delante un espejo donde mirarnos, sin filtros.
Los ‘Estados del bienestar’ a los que nos hemos acostumbrado en la inmensa mayoría de países ‘civilizados occidentales’ durante la segunda mitad del siglo XX y el convulso e incipiente siglo XXI, si bien han traído prosperidad y una serie de innegables ventajas, también se han caracterizado por acumular cadáveres en el armario.
Cadáveres económicos, sociales y de valores.
A medida que avanzamos tecnológicamente, también perdemos una pequeña parte de la humanidad que, antes, estaba muy presente en el día a día de las personas, ganando en egoísmo e hipocresía.
‘Pan del cielo’, arranca de una forma tan demoledora que te atrapa y no te suelta hasta el final de la cinta. Lilli y Aníbal podríamos ser cualquiera a poco que la partida de la vida nos entregue un par de malas manos.
Su triste historia, la hipocresía a la que se enfrentan a diario, como fantasmas urbanos a los que todos (y nadie) ven, son motivos más que suficientes, y bofetadas más que suficientes a nuestras conciencias, para ver la película.
No hay mayor perversión del concepto mismo de ‘Estado del bienestar’, que tener gente sin hogar en países del primer mundo, sin soluciones a la vista más allá de la ardua subsistencia.
Pero ‘Pan del cielo’ no se queda ahí, va más allá. Su historia habla de esperanza y redención, de la necesidad de trascender más allá de lo que tenemos hacia lo que somos.
De superar prejuicios muchas veces infundados, de compartir y mirar más allá de la comodidad de una vida imperfecta, pero trazada por el sistema para que el individuo se duerma en la falsa sensación de seguridad, siempre a un paso de la desdicha al construir su hogar mental sobre un suelo de barro lleno de derechos sin deberes.
‘Pan del cielo’ es una película católica, y cristiana. Pero su discurso no adoctrina en la fe, sino que ahonda en su mejor significado: ese que no está matizado por los seres humanos que, casi siempre con perversas intenciones terrenales, interpretan a su antojo.
Un mensaje bienintencionado de unión, de virtud, de al menos intentar, contra viento y marea, ser mejores de lo que somos.
Creer para ver (en nosotros mismos, en un dios o más de uno, en lo que queramos)… más que ver para creer, es el mejor regalo que podemos hacer al mundo, y a nosotros mismos.
Lo mejor: la conmovedora, y demoledora, escena de apertura.
Lo peor: que las vidas de los Aníbal y Lilli reales, las obviemos cada día en nuestras calles.