Un meteorito se estrella cerca de la granja de los Gardner, liberando un organismo extraterrestre que convierte la tranquila vida rural de la familia en una pesadilla colorista y alucinógena. Uno de los relatos más emblemáticos de Lovecraft llega al cine de la mano de Nicolas Cage y Richard Stanley.
Si cogemos a una familia acomodada pero emocionalmente hecha un cristo (marido pan sin sal frustrado hasta el tuétano; esposa insatisfecha y enferma e hijos muy perdidos), los metemos en una granja en medio de la nada aparentemente bucólica, y añadimos el impacto de un meteorito extraterreste de consecuencias monstruosas y psicotrópicas, el cóctel está servido.
‘Color out of space’ es una película irregular, pero también absorbente, monstruosa, vibrante, excesiva,delirante, divertida y visualmente impactante.
La imaginería visual de Richard Stanley rinde homenaje a Lovecraft y su inestimable legado que ha influido en tantos cineastas; un hueso normalmente duro de roer que aquí es adaptado sorprendentemente bien, pese al eterno handicap de que el cine tiene, por fuerza, que mostrar, mientras que la literatura enciende la imaginación del lector, que crea su propio universo.
La familia Gardner, una olla a presión asolada por inquietudes terrenales, es asaltada por el horror que convierte su inestable realidad granjera en una locura repleta de monstruos, sangre, excesos y ocultas verdades que, una detrás de otra, salen dolorosamente a la luz .
Con Nicolas Cage, brillante cuando está contenido en ese padre acomplejado; y brindando, entusiasta, fan service de su icónica y exaltada criatura en la que, con los años, se ha convertido para el regocijo del público del cine ‘de culto’; Joely Richardson tan en su sitio como siempre durante su ya dilatada carrera, y un elenco infantil-juvenil que cumple con su cometido, ‘Color out of space’ avanza lentamente en su primera y contemplativa mitad, dibujando a los personajes y lanzando pinceladas de horror aquí y allá.
La explosión, tanto de color como de ira, muerte, caos, gore y debacle emocional, se produce en la segunda mitad de la desventura en la granja de la locura; alocada e incongruente, pero también disfrutable cual platillo volante avistado en medio de un prado, en una noche de verano, con unas copas de más.
Colofón trufado de bienvenidos y trabajados monstruos, pese a las obvias estrecheces presupuestarias; caótico, desbordado, visceral, alucinógeno… una montaña rusa sin frenos ni revisiones, con un conductor colocado al mando.
Hace tiempo que Nic Cage hace lo que le viene en gana, pues su personaje puede con lo que le echen (y el hecho de que otros actores de renombre no se atreverían a salirse así del tiesto, arriesgando sus ‘marcas’); hace tiempo que Lovecraft no recibía una película tan irregular, imprevisible y fascinante como el miedo, siempre presente, a lo desconocido.
Ya sea venido del espacio… o de las insondables montañas de la locura humana.
Lo mejor: la colorida, fascinante y psicotrópica puesta en escena.
Lo peor: aunque a muchos les encantará, Nicolas Cage es capaz de más, y mejor, que volverse majara en casi todos sus trabajos. Estaría bien darle otra vez un proyecto donde se aprovechara todo su talento, sin desdeñar cierta contención.