En el mundo de fantasía de Kumandra, los humanos y dragones vivieron juntos hace mucho tiempo en perfecta armonía. Pero cuando unas fuerzas del mal amenazaron el territorio, los dragones se sacrificaron para salvar a la humanidad. Ahora, 500 años después, esas mismas fuerzas malignas han regresado y Raya, una guerrera solitaria, tendrá que encontrar al último y legendario dragón para reconstruir un mundo destruido y volver a unir a su pueblo.
Vivimos tiempos convulsos. Faltos de ideales, fragmentados, con la esperanza bajo mínimos e incertidumbre en el futuro.
Pero también, vivimos tiempos donde, de nuevo, las personas se crecen persiguiendo objetivos comunes. Dejando atrás los prejuicios, el egoísmo y las tensiones para alcanzar metas que beneficien a todos.
Hace poco más de un año llegó la pandemia, y lo puso todo patas arriba. Hay que ser realistas y reconocer que estamos en un momento muy duro, pero también mirar más allá, construir y quedarse con lo bueno (porque la otra opción siempre es peor), observando con esperanza cómo las diversas vacunas, las nuevas iniciativas en pos de dejar de esquilmar recursos a un planeta cada vez más tensionado y, en definitiva los actos pequeños y grandes que nos hacen mejores, alumbran el final del túnel.
‘Raya y el último dragón’, es una película necesaria. Por diversas razones.
En lo puramente cinematográfico,es una delicia: excelente puesta en escena, portentosa banda sonora, preciosa fotografía, diversión, ritmo que no decae en ningún momento, personajes fuertes, entrañables y apasionados, una producción espectacular, empoderamiento en su mejor versión (la que respeta a las personas y se reivindica con hechos) y una historia que ensalza lo mejor de nosotros.
Pero, lo que hace a Raya una cinta imprescindible, es su mensaje: Kumandra debería ser lo normal, no un ideal inalcanzable.
La amistad, unidad, colaboración, competición sana, camaradería, pensamiento diversificado, respeto, amor… todo ello no nos hace débiles, sino fuertes, muy fuertes; tan fuertes que podemos alcanzar cualquier objetivo y escapar de los prejuicios y las manipulaciones sembradas por los diversos agentes del mal y la mediocridad que padecemos a diario.
Algunos pensarán que la película de Don Hall y Carlos López Estrada es un cuento, una fantasía, un efímero happy moment para regalarnos la vista, el oído y el alma.
Y eso, es un error. Un error que como raza humana repetimos constantemente. Se puede ser realista pero a la vez constructivo; se puede ser receloso pero a la vez pensar por uno mismo, y confiar; se puede ser fuerte pero a la vez dejarse sentir; se puede ser firme pero a la vez escuchar y respetar al otro; se puede ser bueno sin ser estúpido; se puede mirar al futuro con esperanza, pero también reconociendo los diversos tonos grises de la vida.
Se puede ser muchas cosas, menos no ser uno mismo y ser lo que otros quieren que seas.
‘Raya y el último dragón’ siempre estará de actualidad, pues su mensaje es universal, atemporal, y extremadamente necesario. Sólo unidos, en nuestra mejor versión y alejados de los titiriteros de turno, saldremos adelante.
Cada uno a lo suyo, con el egoísmo por bandera y abrazando las farolas de los variados cantamañanas, solo engordaremos un rebaño que no va a ninguna parte.
¡Persigamos Kumandra! En nuestra pequeña parcelita, en la medida en que podamos,en la educación de las futuras generaciones, en el cuidado de los que han dado tanto por nosotros y los que se arriesgan por protegernos a diario.
Y no, no es un ideal inalcanzable. Como no lo fue la vacuna que ya está circulando, la llegada a la luna, las diversas invenciones que hacen del mundo un lugar mejor. Pensar que lo es, es la primera piedra, y la oscuridad representada en la película, en el camino.
Lo mejor: su mensaje siempre está, y debe estar, de actualidad.
Lo peor: tener que irse a una tierra fantástica para plantear la historia. A falta de homogéneos referentes reales.