Protagonizada por Andrea Riseborough, relata la historia de Hana una médica en misión humanitaria que, tras una época de mucha intensidad en Siria, se toma un descanso en la ciudad de Luxor, en Egipto. Allí se reencuentra con un viejo amor, Sultán (Karim Saleh), un arqueólogo con el que vivió un intenso romance muchos años atrás. El destino les ha vuelto a unir, ambos están solteros y sin hijos y Luxor parece un lugar idílico para su reencuentro, pero las reticencias, especialmente de Hana, parecen sofocar una y otra vez la llama del amor.
Hay películas que, irremediablemente, invitan a la reflexión.
‘Luxor’, la segunda cinta de la directora Zeina Durra no es un dramón romántico al uso, ni tampoco una comedia de desencuentros amorosos repleta de manidos clichés.
Para disfrutar de esta propuesta, es necesario aceptar, desde el principio, la inmersión en un relato pausado y reflexivo, de excelente fotografía que hace de los cautivadores paisajes egipcios verdaderas postales en movimiento, y centrada en la interacción de la pareja protagonista, donde brilla con especial luz Andrea Riseborough.
La polifacética actriz hace de Hana un personaje creíble, un ser humano roto que viene de donde nadie debería venir (la guerra de Siria) y busca en su retiro vacacional una paz aparentemente imposible de encontrar.
La interpretación de Riseborough es tan sutil como cautivadora.
Cada gesto, cada movimiento, cada palabra, cada prenda de ropa que lleva evocan su profunda tristeza, inseguridad y desolación que, poco a poco, se canalizan en un nuevo camino hacia la felicidad y la anhelada paz interior.
En este peregrinaje hacia la luz, no solo contará con su viejo amor, sino con una serie de pintorescos personajes enigmáticos, que la ayudarán a desvelar los misterios que la destrozan por dentro.
‘Luxor’ es tan extraña y fascinante como pasear por las ruinas de un Imperio imprescindible en la historia de la Humanidad, donde la carne que hace tiempo murió dio paso a un encanto místico de inagotable energía espiritual.
Lo mejor: Andrea Riseborough en otra interpretación fascinante.
Lo peor: si el espectador acepta la propuesta desde el principio la disfrutará; si no se arriesga a que los ochenta minutos de metraje le parezcan más.