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‘The Show’: Alan Moore, genio del cómic ¿y el cine?

Póster de la película The Show

Fletcher Dennis (Burke) es contratado para encontrar un artefacto que ha desaparecido. Su búsqueda le lleva a la ciudad de Northampton, un pueblo encantado que se encuentra justo en el corazón de Inglaterra y que, según parece, ha colapsado en un agujero negro de sueños y esperanzas. Al llegar a él, Dennis se encuentra en un mundo repleto de mafiosos que coquetean con el voodoo, aventureros enmascarados y con bellas durmientes en estado de coma.

A estas alturas, nadie puede negar el genio y la maestría de Alan Moore en el Noveno Arte: ‘Watchmen’, ‘V de Vendetta’, ‘From Hell’ y ‘La Liga de los Hombres Extraordinarios’ son solo algunos ejemplos con un peso mayúsculo dentro de la industria comiquera, atesorados por los lectores y convertidos en clásicos indiscutibles. 

‘The Show’, la película de Mitch Jenkins con guion del propio Alan Moore, vuelca toda la locura del escritor en una estrafalaria aventura donde un excéntrico y lacónico asesino/detective Zen (Tom Burke, caracterizado al más puro estilo de otro grande, Neil Gaiman, muchos de sus personajes de su simpar obra, y otra serie de referencias tanto del mundo del cómic como del Séptimo Arte), busca un artefacto para un cliente, lo que le lleva al corazón de una Inglaterra deprimida, onírica, alucinógena y repleta de personajes estrambóticos. 

Todo un circo ambulante y benditamente absurdo. 

Aceptada la premisa de que esta película lleva el guion del enfant terrible británico, ‘The Show’ ofrece las señas de identidad del autor: misantropía, anarquía, crítica social, folclore, humor negro, psicología, ocultismo, la eterna figura del’vigilante’ y una realidad distorsionada, siempre repleta de ‘fuegos artificiales’. 

Esto último es, sin duda, la mayor tara de ‘The Show’, que también se aplica a parte del legado literario de Moore. 

A pesar del digno envoltorio de la película, la excelente fotografía, la selección musical y las entregadas interpretaciones (donde Alan Moore se marca un par de escenas muy interesantes en su primer papel en un largometraje), la cinta se queda a medio camino, siempre con la sensación de que le falta ser rematada, terminada, cuadrada de tal forma que el fondo y la forma queden felizmente alineados. 

Tras una primera hora pausada, donde se va tejiendo la madeja de la insólita peripecia de Fletcher Dennnis, en su tramo final todo es demasiado apresurado, abrupto y caótico. 

Cuando llega el fundido en negro, nos queda la sensación de haber visto el alma y corazón de Moore, ese potencial creativo aparentemente inagotable, fresco, revulsivo e indómito, pero también inconexo y en exceso anarquista como para preocuparse de que en el cine, como en la vida, hay ciertas reglas narrativas que pueden (y deben) contorsionarse, pero entendiendo que las reglas del ruedo cinematográfico no son las mismas que las de las páginas de los cómics.

Lo mejor: Alan Moore sigue siendo un revulsivo.

Lo peor: como otros autores de renombre en su campo (Frank Miller), tiene dificultades para pasar de la página al celuloide.  

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