Un convicto es enviado a un campo de trabajo en el desolado noroeste de China, durante la Revolución Cultural del país. Utilizando su ingenio, y con el único fin de ver a su hija, quien ha sido filmada en una película, logra escapar y huye en dirección al cine de un pueblo cercano. Allí espera encontrar esa cinta de película y hacerse con ella. Sin embargo, en dicho lugar se cruza con una vagabunda que está desesperada por conseguir el mismo carrete de película y que logra robarlo. Curiosamente, este enigmático objeto, que ambos anhelan por motivos muy distintos, se convertirá en la raíz de una inesperada amistad.
Hubo una época en la que los cines eran lugares de encuentro. Se ubicaban en el centro de las poblaciones sin que hubieran aparecido los grandes centros comerciales e incluso se daba la sesión continua, las matinés e incluso los programas dobles. Hay quienes recordarán que existía la costumbre de colgar los afiches oficiales enmarcados en tablones de las fachadas de los edificios más concurridos anunciando la programación de turno. Como no habría mucho dinero para cola, en ocasiones pegaban el cartel entrante sobre la película saliente humedeciéndolo con una escoba mojada en agua. Aquello salía íntegro y sin rugosidad pero había que ser una persona muy espabilada para levantarse antes de que la ciudad amaneciese para retirarlo. Luego quedaba a las mil maravillas en la pared de la habitación. Esto también es parte de la cultura cinematográfica. Y podría citar bastantes amantes del cine que se han hecho con una colección importante de fichas con ciertas estratagemas similares a esta.
Pues ‘Un segundo’ es un poco de eso. De amor por lo clásico, de pasión desmesurada por el séptimo arte, y de homenaje a quienes en algún momento han podido perder la cabeza hasta por un fotograma de celuloide. En el mundo digital, la cosa cambia sustancialmente en todos los aspectos.
Lejos de la épica guerrera de títulos como la más reciente ‘Sombra’, o ‘La casa de las dagas voladoras’ y ‘Hero’, Zhang Yimou desata su pasión hacia una narrativa de tan particular belleza que parece un clásico nada más estrenarse. Sus personajes, enmarcados en la represiva época de la Revolución Cultural maoísta, mezclan el drama y la comicidad a mitad de camino entre un Chaplin de hace cien años y el ‘Cinema Paradiso’. Un fugitivo perdido en busca del noticiario (Zhang Yi), el “mejor proyeccionista del mundo” enamorado de su oficio (Fan Wei), y el tesón de una joven huérfana (Liu Haocun), que se persiguen como camaradas sin película. Tres ‘Hijos heróicos’ restaurando la bobina 6. Y luego todo el batallón de extras que disfrutan el cine como un verdadero y ejemplar lugar de enseñanza.
Destaca la singular fotografía del habitual Zhao Xiaoding, que captura el natural e inhóspito encanto de las dunas desérticas como del poblado donde se recrea su acción.
‘Un segundo’ deliciosamente bello, tierno y auténtico. Una desatada pasión por el cine, por ese “cine que nos enseña a ser mejores”. Y del que tanto tenemos que agradecer por todas aquellas vidas vividas en su gran pantalla. Para aprender, para vivir, para soñar en los momentos difíciles.
Lo mejor: la sencillez de la obra, sus interpretaciones, y el homenaje de Yimou al auténtico valor cultural que genera el séptimo arte.
Lo peor: que todavía no nos percatemos de que “las penas con películas son menos penas”.