Regreso al cuento gótico sobre la obsesión entre una atormentada joven y el aterrador vampiro enamorado de ella que deja un espantoso rastro a su paso.
A veces una imagen puede impactar en nuestra retina de tal manera que queda sellada en el cerebro de por vida. A propósito del ‘Nosferatu’ de Murnau, esa sombra siniestra proyectada en la pared, el movimiento hipnótico de sus personajes sumado a la tecnología antigua y la textura de una película centenaria. Había un curioso café en los extintos cines Alphaville de Madrid, donde se programaban diferentes eventos. En esta ocasión se proyectaba sobre una pizarra verde oscura este clásico del terror mudo. Y claro, una cafetería, con las luces algo atenuadas para la ocasión, el repiqueteo de las cucharillas y la vajilla sobre las mesas, o los iniciales murmullos de la parroquia cinéfila, presagiaban que aquello no iba a ser el mejor escenario. Pero tan pronto nos sumíamos en su argumento se hizo el silencio incómodo, fruto de su impacto visual.
Cien años después, parece que el terrorífico ataúd del conde Orlok sigue estando muy presente gracias a la magia oscura de un meticuloso experto como es Robert Eggers (‘La bruja’, ‘El faro’, ‘El hombre del norte’). Su versión del vampiro rumano es actualmente tan aterradora y repugnante que puede prescindir de las orejas de elfo a cambio de la textura de la carne putrefacta por el paso del tiempo.
La “providencia”, saber lo que va a ocurrir sin remedio alguno. El intentar eludir el destino sellado como una lacra fatídica. El hedor funesto de la inmortalidad. Eggers construye un precioso retablo gótico con textura romántica, ayudado por su director de fotografía habitual, Jarin Blaschke. Ambos logran una teatralidad, ambientación y puesta en escena realmente magistrales, resultando una producción minuciosa, exquisita y totalmente fantasmagórica.
Desde los logos antiguos hasta una escrupulosa combinación de luces y sombras, claros y oscuros, el blanco y negro frente al color deslucido o el rojo impactante de la sangre. Todo ello logra una perfecta ambientación y puesta en escena para tan abigarrada aventura.
Y la elección de los actores, que no puede ser más acertada. Una Lily-Rose Depp delicada, abrumada, conocedora de su cruel destino, quien despunta por primera vez como protagonista a nivel interpretativo. Desbordante por su perfil frágil ante las pasiones y víctima de una posesión diabólica. Y un Nicholas Hoult (‘Jurado Nº2’, ‘Mad Max: Furia en la carretera’), desdichado, cegado por la codicia de escalar en el orden social. El irreconocible -una vez más- Bill Skarsgård (las dos entregas del reciente ‘It’, ‘John Wick ‘), camuflado en un villano sangriento.
Sin faltar las versátiles propuestas del genial Willem Dafoe (‘El faro’, ‘Pobres criaturas’), Ralph Ineson (‘La bruja’, ‘The Creator’), Emma Corrin (‘Deadpool´), o Aaron Taylor-Johnson (‘El especialista’, las dos entregas de ‘Kick-Ass’), entre otros.
‘Nosferatu’ logra encandilar y levantar pasiones. Por su elegancia, por el tempo narrativo, por sus interpretaciones, por sus imágenes y el valor añadido que otorga a esta nueva versión del famoso Drácula. Una experiencia que atrapa bajo una hipnosis cinéfila, y que hará las delicias de quienes conocen la historia, como de cuantos se acercan al personaje por primera vez. Como para no dejarla pasar en su simetría del terror.
Ah… y feliz nochebuena. “¡Ya viene…!”
Lo mejor: que no pretenda ser una película de terror al uso, sino sintetizar el suspense, la fantasía, las artes oscuras, o los miedos clásicos con el particular estilo cinematográfico de Eggers, como viene manifestando en su filmografía.
Lo peor: que su valiente estreno en fechas navideñas enturbie la consideración sobre su belleza plástica y su pasión por el género.