Basada en la novela de David Mitchell, la película da la vuelta al mundo y recorre desde el siglo XIX hasta un futuro apocalíptico, a través de seis historias entrelazadas. Se abre en 1850 con el regreso del notario estadounidense Adam Ewing desde las islas Chatham a su California natal. Durante el viaje, Ewing traba amistad con un médico, el doctor Goose, que comienza a tratarle de una extraña enfermedad causada por un parásito cerebral… Repentinamente, la acción se traslada a 1931 en Bélgica, donde Robert Frobisher, un compositor bisexual que ha sido desheredado, se introduce en el hogar de un artista enfermizo, su seductora esposa y su núbil hija… De ahí saltamos a la Costa Oeste en la década de los setenta, cuando Luisa Rey destapa una red de avaricia y crimen que pone en peligro su vida… Y, del mismo modo, con idéntica maestría, viajamos a la ignominiosa Inglaterra de nuestros días, a un superestado coreano del futuro próximo regido por un capitalismo desbocado y, finalmente, a Hawai, a una Edad de Hierro post-apocalíptica que corresponde a los últimos días de la historia. Sin embargo, la historia tampoco termina ahí. Como si de un bumerán se tratara, en el tiempo y en el espacio hasta el punto de partida recorriendo, en sentido inverso, la trayectoria trazada. Durante la travesía, Mitchell va revelando los lazos que unen a personajes tan distintos, el modo en que se entrecruzan sus destinos y la forma en la que sus almas se desplazan a través del tiempo como las nubes por el horizonte.
Si os habéis mareado a la hora de leer la sinopsis imaginaos como está ahora mismo mi cabeza. Pero vamos a ser sinceros: a mí la película no me gustó. Esto no quiere decir que sea una buena adaptación o no de la novela en la que se basa y es que no lo se dado que no la he leído y no pienso leerla.
Y no discuto, ni mucho menos, la derrochada imaginación de la que hace gala cada una de las historias, ni los espectaculares efectos especiales (esas panorámicas futuristas tan ‘Matrix’ gracias a los Wachovski brothers) ni esa ambición de querer contar algo más grande que la vida misma.
Hablo, de la manera de relatar la historia. Pongo por ejemplo ‘La Fuente de la Vida’, de Darren Aronofsky, un film mucho más rico en situaciones y con mejor recompensa al final que el que aquí se nos presenta. Y lo pongo por ejemplo debido a que su temática no dista mucho del mensaje final. Pero es un embrollo tener que seguir 6 historias con los mismos personajes distintamente caracterizados y con esa sensación de que algunas historias aportan poco y muchas cosas de las que suceden en los 172 minutos que dura no tienen interés.
Y es que el espectador despistado habrá desconectado a la hora de película de lo que está pasando, se quedará con «¡anda! ¡Mira que pintas lleva ahora Tom Hanks!»y muy poquito más. Principalmente es que no hay sensación alguna de emoción. Es todo un empaque visual perfecto, pero en ningún momento me trasmite nada. Y vuelvo a citar (y sé que las comparaciones son odiosas) pero casi me pongo a llorar en ‘La Fuente de la Vida’ cuando Hugh Jackman se decide tatuar el anillo con tinta en el dedo absolutamente destrozado por la muerte de su esposa. ¿Esperaba algo así en ‘El atlas de las nubes’? No lo sé, pero me hubiera conformado con una escena con una emotividad de un 15% respecto a esa. ‘El Atlas de las nubes’ es tan fría y distante y que no trasmite ninguna sensación.
Pero quizás sea solo cosa mía.
Lo Mejor: Hugo Weaving, lo mejorcito de la película.
Lo Peor: Que es muy fría.