Clark Kent siempre ha sido distinto a los demás niños, puede levantar objetos muy pesados, volar o correr más rápido que un tren y es que fue enviado a la tierra, en una nave del planeta Kriptón, antes de que fuera destruido. Al crecer, comienza a ser consciente de sus poderes y averigua su origen a través de sus padres adoptivos. La llegada del malvado general Zod de Kriptón, cuya pretensión es apoderarse de la Tierra, hará que Clark se convierta en Superman para salvar a la raza humana.
En la injustamente vilipendiada ‘Superman returns’, a Bryan Singer le bastaron tres momentos para rendir homenaje al clásico de Richard Donner y, además, actualizar al padre de todos los superhéroes para las nuevas generaciones: unos créditos iniciales épicos, Superman escuchando a los terrícolas desde el espacio y la soberana, sucia y brutal paliza que le propinan los secuaces de Luthor en la Fortaleza que éste terraforma en medio del Mar.
A veces, para actualizar un Mito, no es preciso pasarle por la batidora hasta el punto de que pierda su identidad.
‘El Hombre de acero’ es, con seguridad, la tomadura de pelo más grande de los últimos años. Pese al concurso de astros como Christopher Nolan en la producción, David S. Goyer a cargo del Libreto y Zack Snyder tras las cámaras, además de un reparto que quita el hipo, la revisión-reboot-reinicio de la franquicia parece descuidar lo único que debería haber tenido en cuenta: que Superman es único. No es Batman, ni tiene por qué serlo.
El Caballero oscuro nació de la venganza, y su identidad siempre estará ligada a la oscuridad. Por eso la Trilogía pergeñada por Nolan estará entre las mejores producciones del género de todos los tiempos. Porque, además, de su inconfundible estética, mantenía el tipo con guiones que rayaban por encima de la media y, efectivamente, consiguió redefinir el cine de Superhéroes.
Pero la fórmula no es Universal.
En ‘El Hombre de acero’, la frialdad es total: en la estética, en los desdibujados personajes (imperdonable que el binomio Clark/Lois no solo no funcione, sino que lastre); en la Banda sonora, redundante y alejada de la grandeza que Superman clama a gritos; en las interpretaciones sin pasión ni sentido del humor, donde solo destacan Russell Crowe y Michael Shannon.
Un tono de témpano general que consigue que, mediada la hora de metraje, nos importe un pepino lo que estamos viendo. Ayuda mucho el desacertado montaje donde, en un suspiro, pasamos de la montaña rusa a los flashbacks intimistas en modo videoclip.
Cuando el Libreto no da para más, la excelencia visual no es suficiente. Zack Snyder sigue siendo capaz de facturar escenas enormes, rebuscadas y, en ocasiones, preciosas. Pero aquí decide usar todo su talento en una orgía destructiva con más presencia del ejército que en los sueños febriles de Michael Bay. Cada escena es el más difícil todavía.
Al principio nos sorprenderá, luego nos saturará y, con 45 minutos aún por delante, aburrirá a las ovejas.
Echarán de menos el vuelo elegante y fluido de Superman. Esa presencia que, por sí, dejaba claro por qué en la jerarquía de capa y poderes siempre será el Rey. Henry Cavill lo intenta, pero su Superman es una aburrida masa de músculos que va por el Planeta como un elefante en una cacharrería.
La taquilla adora a ‘El Hombre de acero’. La campaña global ha funcionado a la perfección.
Pero que lleve una S en el pecho, capa y sea capaz de volar, en esta ocasión, no le convierte en Superman.
Decepcionante oportunidad perdida.
Lo mejor: Russell Crowe y Michael Shannon.
Lo peor: Superman, ni está, ni se le espera.