Todo aquel espectador que quiera disfrutar de 10.000 tiene que recordar dos normas básicas:
1) No buscar ningún rigor histórico en la narración y
2) No pretender encontrarse con una aventura épica a lo Apocalypto. (No, los trogloditas en esta película no gruñen)
10.000 es la última propuesta de Roland Emmerich, un tipo que tiene unos presupuestos desorbitados pero, hay que reconocer, que da lo mismo que se centre en la invasión marciana, un monstruo destruyendo NY o el cambio climático extremo que recuperará con creces el dinero invertido. Es porque el Señor Emmerich conoce a su público y sabe como mantenerles en las butacas entretenidos con una impacable factura técnica y unos asombrosos efectos visuales.
Evolet llega al poblado de cazadores en medio de una gran crisis. Pero la niña es acogida con gran júbilo ya que sus ojos azules son interpretados por la hechicera local como un augurio de buena fortuna y el advenimiento de la profecía que llevará a su pueblo a la última cacería. Tras un inicio que mezcla El Rey León y El Clan del Oso Cavernario la cosa se encauza un poco cuando una tribu de bárbaros secuestran al amor del protagonista y a la mayor parte de su pueblo y les llevan a través de las montañas hacia un futuro incierto (si esta es la parte Apocalypto, qué le vamos a hacer) con unos planos que bien podían ser un copy-paste de El Señor de los Anillos.
El viajecito es lo más entretenido con sus monstruitos prehistóricos: mamuts, Dientes de Sable, y mis favoritas, las avestruces amorfas. Periplo ameno a la vez que un poco surrealista donde empiezan a sucederse acontecimientos más propios de una película de niños. Pero… ¡Y lo que te puedes reís!
Tópico tras tópico y plano tras plano Emmerich despliega una arrolladora escena de acción cada quince minutos (en los que la mayoría del tiempo luchas por acordarte de qué roñoso cavernícola con mierda en la cara y mugre en el pelo es el héroe y mientras te preguntas que tipo de troglodita habla como si tuviera estudios superiores). Y por ironías del destino y una ausencia clara de respeto por la coherencia de guión tras unos ataques de machismo desmesurado acaba cayendo en las epopeyas de las aventuras románticas persiguiendo a un clon de Lindsay Lohan (algo más guapa, no le voy a quitar mérito) en lo que parece, a todas luces, una grieta en el tiempo, que según mi teoría se debe a la reutilización de material y decorados de Stargate.
Si, me he reído mucho, pero también he tenido un par de momentos en los que la testosterona que desprenden los intrépidos hombres con poca ropa han casi conseguido hacerme olvidar las absurdeces que aparecen en la pantalla y me han hecho disfrutar genuinamente por eso me remito a los dos consejos anteriores, si los hubiera seguido yo quizás habría acabado la proyección gritando cual posesa “¡¡¡Esto es el Pleustoceno!!!” emulando a Leonidas.